lunes, 27 de abril de 2020

Lo que va de la caridad a la justicia


Hay textos que aunque proceden de un pasado distante mantienen toda su lozanía a la hora de confrontarlos con realidades de nuestro tiempo, tal como sucede con buena parte de la obra de John Ruskin tanto en su dimensión artística como social y aun religiosa.

Algunos autores identifican a Ruskin dentro del llamado socialismo cristiano; desconozco si se puede llegar tan lejos pero no queda duda en cuanto a que su mirada tiene mucho que ver con lo que después se consolidaría como doctrina social cristiana. Los pasajes que transcribimos a continuación están tomados de su libro La corona de olivo silvestre…. La traducción corresponde nada menos que a Carmen de Burgos (Valencia, F. Sempere y Compañía Editores, s/f, la edición original es de 1866). En un fragmento de este texto, que conviene no olvidar tiene más de ciento cincuenta años de haber sido escrito, alude al Servicio divino en los términos siguientes

(…) decimos: “Se celebrará (esta es la palabra, la fórmula aceptada), el Servicio divino a las once.” Pues bien; si no celebramos el Servicio divino en cada uno de los actos de la vida, no lo celebraremos jamás. El verdadero trabajo divino, el verdadero sacrificio ordenado, es el de ser justos, ¡y esto es lo último a que estamos inclinados a ser! ¡Todo menos esto! Toda la caridad que queráis, pero nada de justicia.

Para que quede claro este concepto de una caridad divorciada de la justicia, ejemplifica con situaciones cotidianas que seguramente habrán dado lugar a severas críticas de parte del sector social aludido.

Vosotros, gentes ricas que me escucháis, iréis al “Servicio divino” el domingo próximo, aseadas y rozagantes, y vuestros pequeños llevarán puestos sus zapatitos de domingo y llevarán en la cabeza sus lindas plumas de los días de fiesta, y pensaréis complaciente y piadosamente que están encantadores. Esta es la verdad, y también lo será que les amáis verdaderamente y que experimentáis placer en poner las plumas sobre sus sombreros. Esto es justo, esto es aquí la caridad, pero es la caridad que comienza por sí mismos. Más tarde encontraremos al pobre pequeño barrendero, adornado también con su traje de los domingos –sus harapos más sucios-, a fin de poder mendigar mejor; le daremos unos céntimos y pensaremos cuán buenos somos. Esta es la caridad callejera.

Sin embargo Ruskin considera que la justicia cristiana tiene otra mirada sobre el asunto.

Pero ¿qué dice la justicia que marcha a nuestro lado y nos espía? La justicia cristiana quedó extrañamente muda y en apariencia ciega, o por lo menos, si no ciega, decrépita, desde hace mucho tiempo; pero ella revisa sus cuentas, sin embargo, asiduamente, todas las noches, después de haber quitado su venda, y con ayuda de los más penetrables lentes (única de las invenciones modernas de que se cuida).
Es necesario acercar bien el oído a sus labios para oír sus palabras; y entonces sobresaltará lo que dice, que será precisamente esto: “¿Por qué este pequeño barrendero no ha de llevar plumas en la cabeza como vuestro hijo?”.

Así es como inicia el debate entre justicia cristiana y bondad administrada por los sectores privilegiados.

Y entonces preguntaréis a la justicia, con un tono de estupefacción: “Pero ¿quién habla de ser tan tonto para pensar que los niños hubieran de barrer las calles con plumas en la cabeza?” Pero si os aproximáis aún, la justicia os dirá, siempre con su ademán desmayado y estúpido: “Entonces, ¿por qué un domingo o dos no dejáis que vuestro hijo barra las aceras mientras vosotros acompañáis a la iglesia al barrendero con su sombrero de plumas?” “¡Bondad divina! –exclamaréis pensando en vosotros mismos-. ¿Qué irá a exigir después?” Y añadiréis que no lo hacéis porque “cada uno debe estar satisfecho con la situación en la cual la Providencia le ha colocado”.

Argumento de ayer y de hoy ante el que Ruskin de ninguna manera permanecerá callado (y permítaseme una breve digresión: no puedo dejar de pensar en el gusto que seguramente tuvo Carmen de Burgos mientras traducía esta obra). Su reacción es contundente

¡Ah, amigos míos; he aquí precisamente donde está la herida! Porque ¿ha sido la Providencia o vosotros quien les ha colocado en esa situación? Colocáis un individuo en un foso y le decís que se considere satisfecho de la “situación en que le ha colocado la Providencia”.

Concluye Ruskin: “Este es el cristianismo moderno” en el que “la justicia cristiana quedó extrañamente muda y en apariencia ciega…”

Esto en 1866.

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