Hay
textos que aunque proceden de un pasado distante mantienen toda su lozanía a la
hora de confrontarlos con realidades de nuestro tiempo, tal como sucede con buena
parte de la obra de John Ruskin tanto en su dimensión artística como social y
aun religiosa.
Algunos
autores identifican a Ruskin dentro del llamado socialismo cristiano;
desconozco si se puede llegar tan lejos pero no queda duda en cuanto a que su
mirada tiene mucho que ver con lo que después se consolidaría como doctrina
social cristiana. Los pasajes que transcribimos a continuación están tomados de
su libro La corona de olivo silvestre….
La traducción corresponde nada menos que a Carmen de Burgos (Valencia, F.
Sempere y Compañía Editores, s/f, la edición original es de 1866). En un
fragmento de este texto, que conviene no olvidar tiene más de ciento cincuenta
años de haber sido escrito, alude al Servicio divino en los términos siguientes
(…)
decimos: “Se celebrará (esta es la palabra, la fórmula aceptada), el Servicio
divino a las once.” Pues bien; si no celebramos el Servicio divino en cada uno
de los actos de la vida, no lo celebraremos jamás. El verdadero trabajo divino,
el verdadero sacrificio ordenado, es el de ser justos, ¡y esto es lo último a
que estamos inclinados a ser! ¡Todo menos esto! Toda la caridad que queráis,
pero nada de justicia.
Para
que quede claro este concepto de una caridad divorciada de la justicia,
ejemplifica con situaciones cotidianas que seguramente habrán dado lugar a
severas críticas de parte del sector social aludido.
Vosotros,
gentes ricas que me escucháis, iréis al “Servicio divino” el domingo próximo,
aseadas y rozagantes, y vuestros pequeños llevarán puestos sus zapatitos de
domingo y llevarán en la cabeza sus lindas plumas de los días de fiesta, y
pensaréis complaciente y piadosamente que están encantadores. Esta es la verdad,
y también lo será que les amáis verdaderamente y que experimentáis placer en
poner las plumas sobre sus sombreros. Esto es justo, esto es aquí la caridad,
pero es la caridad que comienza por sí mismos. Más tarde encontraremos al pobre
pequeño barrendero, adornado también con su traje de los domingos –sus harapos
más sucios-, a fin de poder mendigar mejor; le daremos unos céntimos y
pensaremos cuán buenos somos. Esta es la caridad callejera.
Sin
embargo Ruskin considera que la justicia cristiana tiene otra mirada sobre el
asunto.
Pero ¿qué
dice la justicia que marcha a nuestro lado y nos espía? La justicia cristiana
quedó extrañamente muda y en apariencia ciega, o por lo menos, si no ciega,
decrépita, desde hace mucho tiempo; pero ella revisa sus cuentas, sin embargo,
asiduamente, todas las noches, después de haber quitado su venda, y con ayuda
de los más penetrables lentes (única de las invenciones modernas de que se
cuida).
Es
necesario acercar bien el oído a sus labios para oír sus palabras; y entonces
sobresaltará lo que dice, que será precisamente esto: “¿Por qué este pequeño
barrendero no ha de llevar plumas en la cabeza como vuestro hijo?”.
Así es
como inicia el debate entre justicia cristiana y bondad administrada por los
sectores privilegiados.
Y entonces preguntaréis a la justicia, con un
tono de estupefacción: “Pero ¿quién habla de ser tan tonto para pensar que los
niños hubieran de barrer las calles con plumas en la cabeza?” Pero si os
aproximáis aún, la justicia os dirá, siempre con su ademán desmayado y
estúpido: “Entonces, ¿por qué un domingo o dos no dejáis que vuestro hijo barra
las aceras mientras vosotros acompañáis a la iglesia al barrendero con su sombrero
de plumas?” “¡Bondad divina! –exclamaréis pensando en vosotros mismos-. ¿Qué
irá a exigir después?” Y añadiréis que no lo hacéis porque “cada uno debe estar
satisfecho con la situación en la cual la Providencia le ha colocado”.
Argumento
de ayer y de hoy ante el que Ruskin de ninguna manera permanecerá callado (y
permítaseme una breve digresión: no puedo dejar de pensar en el gusto que
seguramente tuvo Carmen de Burgos mientras traducía esta obra). Su reacción es
contundente
¡Ah,
amigos míos; he aquí precisamente donde está la herida! Porque ¿ha sido la
Providencia o vosotros quien les ha colocado en esa situación? Colocáis un
individuo en un foso y le decís que se considere satisfecho de la “situación en
que le ha colocado la Providencia”.
Concluye
Ruskin: “Este es el cristianismo moderno” en el que “la justicia cristiana
quedó extrañamente muda y en apariencia ciega…”
Esto
en 1866.
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