La profesión de director técnico de
equipos de futbol ha venido ganando relevancia en años recientes. Algunos de
ellos son contratados por grandes equipos con sueldos, como se dice
habitualmente, astronómicos.
Pero felizmente siguen existiendo los
otros, los que permanecen en el anonimato trabajando exclusivamente por amor a
la camiseta sin otra remuneración que no sean las alegrías cuando su equipo
triunfa y las tristezas consiguientes en las rachas adversas.
Uno de ellos es el que para Eduardo
Galeano fue el mejor director técnico que conoció, “(…) un señor que se llamaba
Cóppola, que dirigía al equipo de un pueblito muy chiquito de Uruguay, Nico
Pérez.” Un detalle lo pinta de cuerpo entero: “Era peluquero, un día se sacó la
grande [el premio mayor de la lotería] y puso un cartelito en su local: Cerrado por exceso de capital.” La forma
en que dirigía a su equipo –continúa Galeano- no tenía mayor misterio.
La cosa es que toda la táctica y toda la
estrategia de Cóppola se reducía a lo siguiente: acompañaba a sus jugadores a
la cancha, los palmeaba en la espalda a medida que iban saliendo y les decía,
sencillo: “Muchachos, ¡buena suerte!”.
Aun cuando esto haría reír de buena gana
a un entrenador profesional, no conviene olvidar que aquella buena suerte que
invocaba Cóppola sigue jugando en las grandes ligas.
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