Es
comprensible que el género “reseña de
libros” no despierte mayor afición, sin embargo cuando la sección se encuentra
a cargo de Wislawa Szymborska la cuestión es otra. Sus análisis y reflexiones no
tienen desperdicio y siempre serán de agradecer las grandes libertades que se
toma para formular apreciaciones que en muchas ocasiones tienen muy poco que
ver con la obra de referencia. De hecho, si el texto no le parece digno de
atención, sus consideraciones lo abandonan totalmente y entran al terreno de la
libre asociación.
Distinto
es cuando está ante un trabajo al que considera valioso. Interesada en el tema
(“El año mil”) y reconociendo al autor (Georges Duby), Szymborska entra
directamente en materia
(…)
comenzó a propagarse el rumor sobre el inminente fin del mundo anunciado por el
Apocalipsis. El año mil debía estar precedido de ominosos signos a los que
seguiría el corto, aunque terrible, reinado del Anticristo. Como resultado, el
viejo mundo llegaría a su fin y, con el advenimiento de Cristo en toda su
gloria, se erigiría en su lugar el nuevo. Así que la gente comenzó a buscar con
insistencia esos signos.
Más
temprano que tarde la búsqueda comenzó a da resultado.
Y claro,
siempre hay terremotos, se suceden eclipses de Sol y de Luna regularmente, y
siempre nace algún que otro ternero con dos cabezas en el establo de alguien.
Sin embargo, estos hechos eran ahora signos que anunciaban el fin de todo. Del
mismo modo, cualquier hereje o sectario (también entonces muy abundantes)
ascendía ahora hasta el rango de mensajero directo del Anticristo.
Seguramente
todo aquello, continúa Wislawa Szymborska, dio lugar a que se viviera en un
entorno más que temeroso. “Por tanto, el año mil debió de transcurrir en medio
de un terror espantoso y una espera interminable, un ambiente de extrema
penitencia y numerosos estallidos de pánico.”
Pero una
vez más en la historia lo acontecido estuvo lejos, muy lejos, de lo esperado.
Así lo
indica la tradición posterior. Porque los analistas de aquel tiempo (aunque
había pocos, por cierto) no hacen referencia alguna a ese año, por más que
anotaran sucesos acaecidos en años anteriores o posteriores, lo cual resulta un
tanto extraño.
¿Cómo
interpretar -pregunta Szymborska siguiendo el análisis de Georges Duby- ese
inexplicable vacío en la crónica de época? La respuesta no tarda en llegar: “El
autor, un eminente medievalista francés, explica esta omisión de un modo
bastante convincente: como la profecía no se había cumplido, resultaba un tanto
embarazoso escribir que no había pasado nada…”
Queda
claro entonces que cuando las predicciones no se cumplen lo mejor será cambiar
rápidamente de tema.
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