jueves, 14 de mayo de 2020

Ante la proximidad del año 1000


Es comprensible que el género “reseña de libros” no despierte mayor afición, sin embargo cuando la sección se encuentra a cargo de Wislawa Szymborska la cuestión es otra. Sus análisis y reflexiones no tienen desperdicio y siempre serán de agradecer las grandes libertades que se toma para formular apreciaciones que en muchas ocasiones tienen muy poco que ver con la obra de referencia. De hecho, si el texto no le parece digno de atención, sus consideraciones lo abandonan totalmente y entran al terreno de la libre asociación.

Distinto es cuando está ante un trabajo al que considera valioso. Interesada en el tema (“El año mil”) y reconociendo al autor (Georges Duby), Szymborska entra directamente en materia

(…) comenzó a propagarse el rumor sobre el inminente fin del mundo anunciado por el Apocalipsis. El año mil debía estar precedido de ominosos signos a los que seguiría el corto, aunque terrible, reinado del Anticristo. Como resultado, el viejo mundo llegaría a su fin y, con el advenimiento de Cristo en toda su gloria, se erigiría en su lugar el nuevo. Así que la gente comenzó a buscar con insistencia esos signos.

Más temprano que tarde la búsqueda comenzó a da resultado.

Y claro, siempre hay terremotos, se suceden eclipses de Sol y de Luna regularmente, y siempre nace algún que otro ternero con dos cabezas en el establo de alguien. Sin embargo, estos hechos eran ahora signos que anunciaban el fin de todo. Del mismo modo, cualquier hereje o sectario (también entonces muy abundantes) ascendía ahora hasta el rango de mensajero directo del Anticristo.

Seguramente todo aquello, continúa Wislawa Szymborska, dio lugar a que se viviera en un entorno más que temeroso. “Por tanto, el año mil debió de transcurrir en medio de un terror espantoso y una espera interminable, un ambiente de extrema penitencia y numerosos estallidos de pánico.”

Pero una vez más en la historia lo acontecido estuvo lejos, muy lejos, de lo esperado.

Así lo indica la tradición posterior. Porque los analistas de aquel tiempo (aunque había pocos, por cierto) no hacen referencia alguna a ese año, por más que anotaran sucesos acaecidos en años anteriores o posteriores, lo cual resulta un tanto extraño.

¿Cómo interpretar -pregunta Szymborska siguiendo el análisis de Georges Duby- ese inexplicable vacío en la crónica de época? La respuesta no tarda en llegar: “El autor, un eminente medievalista francés, explica esta omisión de un modo bastante convincente: como la profecía no se había cumplido, resultaba un tanto embarazoso escribir que no había pasado nada…”

Queda claro entonces que cuando las predicciones no se cumplen lo mejor será cambiar rápidamente de tema.

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