miércoles, 20 de mayo de 2020

Oskar Maria Graf


Hubo escritores que no dudaron en deslindarse de los regímenes totalitarios imperantes en sus países. La asimetría de la lucha no fue causa suficiente para hacerlos desistir y su fuerza interior hizo que desdeñaran los llamados a la prudencia, la cordura y la razón, que a veces le formularan sus propios colegas (“presuntuosos escribidores coyunturales”, al decir de Graf).
Gracias a Francisco Uzcanga Meinecke tuve noticias del personaje que ahora se presenta.
En la necrológica que publicó el New York Times el día después de su muerte [28 de junio de 1967] se lee que Graf fue “uno de los primeros y más radicales opositores al régimen nazi”. Cierto: (…) alzó muy pronto la voz contra la barbarie que se avecinaba. Prueba de ello es el ya legendario artículo que publicó el 12 de mayo de 1933 en el Wiener Arbeiterzeitung, apenas dos días después de la quema de libros en la plaza de la Ópera de Berlín y delante de las universidades de otras veintiuna ciudades alemanas. Oskar Maria Graf echaba en falta ver su nombre junto a los de Karl Marx, Heinrich Heine, Sigmund Freud, Erich Kästner, Ernst Toller, Kurt Tucholsky, Heinrich Mann, Alfred Kerr, Carl von Ossietzky, Anna Seghers, Erich Maria Remarque, Walter Hasenclever, Stefan Zweig, Franz Werfel, Klaus Mann, Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Max Brod, Lion Feuchtwanger…, hasta completar una lista de noventa y cuatro autores. Poco después los nazis atendieron a su petición y organizaron una quema expresa de los libros de Graf en el patio interior de la Universidad de Múnich.
La labor de traducción y compilación a cargo de Uzcanga Meinecke nos permite conocer el contenido del artículo aludido, en que Oskar Maria Graf exige al régimen nazi que queme sus libros.
¡Quemadme!
Como casi todos los intelectuales de izquierdas y socialistas convencidos de Alemania, también yo he sufrido en carne propia las bendiciones del nuevo régimen: durante una ausencia casual, la policía apareció en mi piso de Múnich con la intención de detenerme. Confiscó gran parte de mis manuscritos, que será imposible recuperar, materia para investigaciones que me costó muchísimo reunir, la documentación comercial al completo y buena parte de mis libros. El destino más probable de todo esto es la hoguera. He tenido por tanto que abandonar mi hogar, mi trabajo y –lo que es quizá más triste- la madre patria para evitar el campo de concentración.
Pero la sorpresa más agradable me la acabo de llevar ahora mismo: según el Berliner Börsenkurier, mi nombre figura en la “lista blanca de autores” de la nueva Alemania y, a excepción de Somos prisioneros, se recomienda la lectura de mis libros; esto es, ¡me acaban de proclamar uno de los exponentes del “nuevo” espíritu alemán!
En vano me pregunto: ¿qué he hecho para merecer esta afrenta? El Tercer Reich ha renegado de la verdadera literatura alemana, ha repudiado a casi todos los escritores de rango, los ha condenado al exilio y ha impedido que sus obras se publiquen en Alemania. La inopia de unos pocos presuntuosos escribidores coyunturales y el desenfrenado vandalismo de los actuales detentadores del poder se unen para exterminar aquella parte de nuestra literatura y nuestro arte que tiene validez universal, y para suplantar la idea de lo “alemán” por el más cerril nacionalismo. Un nacionalismo capaz de aplastar sin pestañear la más mínima aspiración de libertad, un nacionalismo que puede dictar una orden para que mis amigos, socialistas íntegros, sean perseguidos, encarcelados, torturados, asesinados o incitados al suicidio por pura desesperación.
Y los representantes de este bárbaro nacionalismo, que no tiene nada, absolutamente nada de alemán, ¡tienen la osadía de reivindicarme como uno de sus “intelectuales”, de incluirme en su llamada “lista blanca”, que ante la conciencia universal sólo puede ser una lista negra!
¡No merezco esta deshonra!
Por todo lo que he vivido y escrito, tengo el derecho a exigir que mis libros sean condenados a las llamas purificadoras de la hoguera y no acaben en las manos sangrientas ni en los cerebros podridos de la banda criminal de las camisas pardas.
¡Quemad las obras del espíritu alemán! ¡Será tan inextinguible como vuestra afrenta!
Nada que agregar.

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