Hubo
escritores que no dudaron en deslindarse de los regímenes totalitarios
imperantes en sus países. La asimetría de la lucha no fue causa suficiente para
hacerlos desistir y su fuerza interior hizo que desdeñaran los llamados a la prudencia,
la cordura y la razón, que a veces le formularan sus propios colegas (“presuntuosos
escribidores coyunturales”, al decir de Graf).
Gracias
a Francisco Uzcanga Meinecke tuve noticias del personaje que ahora se presenta.
En la necrológica que
publicó el New York Times el día
después de su muerte [28 de junio de 1967] se lee que Graf fue “uno de los
primeros y más radicales opositores al régimen nazi”. Cierto: (…) alzó muy
pronto la voz contra la barbarie que se avecinaba. Prueba de ello es el ya
legendario artículo que publicó el 12 de mayo de 1933 en el Wiener Arbeiterzeitung, apenas dos días
después de la quema de libros en la plaza de la Ópera de Berlín y delante de
las universidades de otras veintiuna ciudades alemanas. Oskar Maria Graf echaba
en falta ver su nombre junto a los de Karl Marx, Heinrich Heine, Sigmund Freud,
Erich Kästner, Ernst Toller, Kurt Tucholsky, Heinrich Mann, Alfred Kerr, Carl
von Ossietzky, Anna Seghers, Erich Maria Remarque, Walter Hasenclever, Stefan Zweig,
Franz Werfel, Klaus Mann, Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Max Brod, Lion
Feuchtwanger…, hasta completar una lista de noventa y cuatro autores. Poco
después los nazis atendieron a su petición y organizaron una quema expresa de
los libros de Graf en el patio interior de la Universidad de Múnich.
La
labor de traducción y compilación a cargo de Uzcanga Meinecke nos permite conocer
el contenido del artículo aludido, en que Oskar Maria Graf exige al régimen
nazi que queme sus libros.
¡Quemadme!
Como casi todos los
intelectuales de izquierdas y socialistas convencidos de Alemania, también yo
he sufrido en carne propia las bendiciones del nuevo régimen: durante una ausencia
casual, la policía apareció en mi piso de Múnich con la intención de detenerme.
Confiscó gran parte de mis manuscritos, que será imposible recuperar, materia
para investigaciones que me costó muchísimo reunir, la documentación comercial
al completo y buena parte de mis libros. El destino más probable de todo esto
es la hoguera. He tenido por tanto que abandonar mi hogar, mi trabajo y –lo que
es quizá más triste- la madre patria para evitar el campo de concentración.
Pero la sorpresa más
agradable me la acabo de llevar ahora mismo: según el Berliner Börsenkurier, mi nombre figura en la “lista blanca de
autores” de la nueva Alemania y, a excepción de Somos prisioneros, se recomienda la lectura de mis libros; esto es,
¡me acaban de proclamar uno de los exponentes del “nuevo” espíritu alemán!
En vano me pregunto:
¿qué he hecho para merecer esta afrenta? El Tercer Reich ha renegado de la
verdadera literatura alemana, ha repudiado a casi todos los escritores de
rango, los ha condenado al exilio y ha impedido que sus obras se publiquen en
Alemania. La inopia de unos pocos presuntuosos escribidores coyunturales y el
desenfrenado vandalismo de los actuales detentadores del poder se unen para
exterminar aquella parte de nuestra literatura y nuestro arte que tiene validez
universal, y para suplantar la idea de lo “alemán” por el más cerril
nacionalismo. Un nacionalismo capaz de aplastar sin pestañear la más mínima
aspiración de libertad, un nacionalismo que puede dictar una orden para que mis
amigos, socialistas íntegros, sean perseguidos, encarcelados, torturados,
asesinados o incitados al suicidio por pura desesperación.
Y los representantes de
este bárbaro nacionalismo, que no tiene nada, absolutamente nada de alemán,
¡tienen la osadía de reivindicarme como uno de sus “intelectuales”, de
incluirme en su llamada “lista blanca”, que ante la conciencia universal sólo
puede ser una lista negra!
¡No merezco esta
deshonra!
Por todo lo que he
vivido y escrito, tengo el derecho a exigir que mis libros sean condenados a las
llamas purificadoras de la hoguera y no acaben en las manos sangrientas ni en
los cerebros podridos de la banda criminal de las camisas pardas.
¡Quemad las obras del
espíritu alemán! ¡Será tan inextinguible como vuestra afrenta!
Nada
que agregar.
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