viernes, 29 de mayo de 2020

Oliver Sacks evoca a su maestro


En diversas ocasiones aludimos en este espacio a la obra del doctor Oliver Sacks. Ahora nuevamente regresamos a él para detenernos en la forma en que expresa admiración hacia A. R. Luria, su maestro e inspirador.

En 1958, cuando estudiaba medicina, el gran neuropsicólogo A. R. Luria vino a Londres para dar una charla acerca del desarrollo del habla en un par de gemelos idénticos, y supo combinar la capacidad de observación, la profundidad teórica y el calor humano de una manera que me pareció reveladora.
En 1966, después de llegar a Nueva York, leí dos libros de Luria: Las funciones corticales superiores del hombre y El cerebro humano y los procesos psíquicos. Este último, que incluía abundantes historiales clínicos de pacientes con lesiones en el lóbulo frontal, me llenó de admiración.
En 1968, leí La  mente de un mnemonista de Luria. Durante las primeras treinta páginas pensé que se trataba de una novela, pero de repente comprendí que en realidad era un historial clínico: el historial más profundo y detallado que había leído nunca, con la capacidad dramática, el sentimiento y la estructura de una novela.
Luria había alcanzado renombre internacional por ser el fundador de la neuropsicología. Pero él consideraba que sus historiales, extremadamente  humanos, no eran menos importantes que sus grandes tratados  neuropsicológicos. La empresa de Luria -combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato- se convirtió en la mía propia, y su “librito”, como él lo denominaba siempre  (La mente de un mnemonista sólo tiene ciento sesenta páginas), transformó el foco y la dirección de mi vida, y me sirvió de ejemplo no sólo para Despertares, sino para todo lo que he escrito.
En el verano de 1969, después de haber estado trabajando dieciocho horas al día con los posencefalíticos, me fui a Londres en un estado de agotamiento y excitación. Inspirado por el “librito” de Luria, pasé seis semanas en casa de mis padres, donde escribí los nueve primeros casos de Despertares. Cuando les ofrecí el libro a mis editores de Faber & Faber, dijeron que no les interesaba.

Cuando Sacks descubrió la posibilidad de “combinar lo clásico y romántico, la ciencia y el relato” se le abrieron las puertas hacia una comprensión diferente de la neurología, por la que se apasionaría. Seguramente por ello siempre guardó un profundo respeto y agradecimiento hacia su maestro.

El afecto y reconocimiento fue recíproco entre maestro y discípulo. Una muestra de ello es que la obra que había sido descartada por la editorial, recibió elogios por parte de Luria lo que constituyó un respaldo de consideración.

(…) me llegó otra carta en la que Luria me contaba que había recibido el ejemplar de Despertares que Richard le había enviado:

Mi querido doctor Sacks:
He recibido Despertares y lo he leído de un tirón y con gran placer. Siempre he tenido la certeza de que una buena descripción clínica de los casos desempeña un papel fundamental en la medicina, sobre todo en la Neurología y la Psiquiatría. Por desgracia, la capacidad de describir, que tan común era en los grandes neurólogos y psiquiatras del siglo XIX, ahora se ha perdido, quizá por culpa de un error básico: pensar que los dispositivos mecánicos y eléctricos pueden reemplazar el estudio de la personalidad. Su excelente libro demuestra que la importante tradición de estudiar los casos clínicos se puede revivir con un gran éxito. ¡Muchísimas gracias por este delicioso libro!
A.   R. Luria

Yo veneraba a Luria como fundador de la neuropsicología y de la “ciencia romántica”, y su misiva me proporcionó un gran placer y una especie de seguridad intelectual que nunca había experimentado.

Con el paso del tiempo Oliver Sacks estrechó el vínculo con su maestro, quien le comentó dos anécdotas en relación a sus maestros. El primer caso, que tuvo que ver nada menos que con Freud, es agradable.

(…) Luria me contó que de joven, a los diecinueve años había fundado la Asociación Psicoanalítica de Kazán, de grandilocuente título, había recibido una carta de Freud (que no se enteró de que le estaba escribiendo a un adolescente). El propio Luria se quedó maravillado al recibir una carta de Freud, la misma emoción que yo experimenté al recibir la suya.

La otra historia –que tiene como protagonista a otro reconocido científico- es muy diferente.

(…) me relató la increíble historia de cuando conoció a Pávlov: el anciano (Pávlov tenía entonces más de ochenta años), que tenía un aire a Moisés, rompió el libro de Luria por la mitad, arrojó los fragmentos a sus pies y gritó: “¡Y usted se llama científico!” Este asombroso episodio fue relatado por Luria con tal viveza y gracia que consiguió transmitir su aspecto cómico y terrible al mismo tiempo.

De esta manera, y una vez más, queda de manifiesto que el camino de los grandes académicos e investigadores tiene momentos muy difíciles que solo pueden ser superados por la fuerza de su vocación y el compromiso con su misión.

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