viernes, 26 de junio de 2020

De la facilidad de criticar el pasado


Tal vez la expresión “a toro pasado” (que algunos concluyen añadiendo “todos somos Manolete”) constituye una síntesis del tema que nos ocupa. Desde el hoy es posible mirar al pasado con buena dosis de soberbia y lucidez (que por cierto tanta falta nos hace para analizar y actuar en nuestro presente). Diversos autores aluden a ello, como cuando John Berger dice: “Nada es más sencillo que ridiculizar el pasado, ni nada más ridículo.”

Ante tantos hechos desgraciados del pasado surgen las preguntas: ¿Cómo fue que ante ello no reaccionaron?, ¿no se dieron cuenta de lo que estaba pasando?, sólo faltaría agregar “¡si hubiésemos estado nosotros, esto no hubiera acontecido!” Pero es importante considerar que en el futuro los censurados seremos nosotros, como afirma Ana Ruiz Echauri: “Dentro de 50 años alguien se preguntará si los de ahora no sabíamos qué pasaba en el Mediterráneo.” Y cada quien, de acuerdo a donde vive, puede adaptar a su realidad estas preguntas que desde ahora nos hace llegar el futuro.

Hoy es fácil, bien fácil, reímos de las utopías y causas por las que lucharon nuestros predecesores. Jean-Claude Gillebaud profundiza en la cuestión

En retrospectiva, toda utopía es ingenua. A dos o tres decenios de distancia, las infatuaciones del pasado parecen habitadas por enigmáticos delirios, extrañas miopías, infantiles propuestas. Intensa es la tentación de ironizar, y la resistimos con dificultad. Cada generación tiende a igual crueldad con la precedente: crueldad que consiste en armarse de una sobreabundancia de lucidez y en asombrarse misericordiosamente de los “ingenuos” compromisos de antaño. Pero es un propósito abusivo. Ganamos siempre sin mérito las batallas retrospectivas y nos liberamos sin gloria de las ilusiones arruinadas por el tiempo. Además, es una fácil crueldad: solo interviene a posteriori y rara vez llega lejos. Postura triunfante, pensamiento miserable.

Ante ello la reacción de Guillebaud no se hace esperar.

En realidad, jamás deberíamos sonreír sin precaución ante las utopías fenecidas ni burlarnos imprudentemente de las Vulgatas pasadas de moda. Al menos por dos razones. Primero, porque encarnaron, en su tiempo, una esperanza que no siempre merece ser insultada (solo quien se adapta al orden establecido goza humillando una fantasía). Luego, porque nada es más peligroso que la complacencia con uno mismo. Suele ser erróneo creerse agudo. Toda época adhiere, sin saberlo, a sus propias utopías –“la ideología invisible”-, que juzga razonables. Cree en ellas. Cada generación quiere convencerse de que sabe más que la precedente y habla con voz más fuerte, cuando en verdad solo obedece a un sistema de creencias e hipótesis “falsificables” en la acepción popperiana del término.
La crítica a posteriori de una utopía se funda a menudo, inconscientemente, en una nueva utopía que mañana o pasado mañana arriesga mostrar lo que fue en realidad. Falsa lucidez científica caída de su pedestal, será mirada con desdén por una nueva Vulgata, ajusticiada con la misma ferocidad supuestamente “esclarecida”. Y así, en una lóbrega alternancia de vanidades y cegueras. En la historia de las ideas, todo debería invitarnos a la modestia.

No está de más recordar la sugerencia de Goethe: “El pasado es frágil, trátalo como si fuese hierro candente.”

No hay comentarios: