viernes, 19 de junio de 2020

Historia del pantalón


Es lo de siempre, estamos habituado a usos y costumbres que cuentan con larga historia. Es el caso del pantalón y Luis Melnik ofrece información relevante al respecto.

Curiosa historia tiene esta prenda de vestir que, ciñéndose al cuerpo en la cintura, baja cubriendo cada pierna hasta los tobillos. La palabra nace con San Pantaleón, un médico de los primeros siglos del Cristianismo, que tuvo dudas con su fe. Cuando la recuperó, fue tan profundo el impacto en su espíritu que dedicó su ciencia sólo a los pobres.
Su nombre significa todos los compasivos y es santo patrono de la medicina junto a San Cosmas y San Damián (…) Su día se celebra el 27 de julio.
En el siglo XVI nació en Venecia un niño a quien sus padres llamaron Pantaleón, por el santo, muy popular en esas latitudes. De joven se dedicó a la comedia y cuando actuaba lo hacía con una prenda de vestir de gran amplitud y colorido que cubría sus piernas y pasaron a ser un distintivo de su personalidad artística. Los contertulios llamaron a esa prenda con su nombre, pantaleone. La Real Academia reconoce este extraño y curioso origen.

Pero más allá de este antecedente, según Lola Gavarrón la lucha para acceder al uso del pantalón tiene lugar en el entorno de la Revolución Francesa.

El 26 de agosto de 1789 la Asamblea Constituyente proclama solemnemente la Primera Declaración de los Derechos del Hombre, a saber: Libertad, Seguridad, Propiedad, Resistencia a la opresión... Es la Carta Magna de la burguesía, que prepara las revoluciones liberales que recorrerán Europa (España incluida) durante todo el siglo XIX. Mayo de 1793 verá correr a los sans-culottes por calles y carrefours. Los sans-culottes, artesanos, obreros, maestros y aprendices, se llaman así por haber abolido el uso de las calzas y presentarse adecentados con ceñidos pantalones largos, al uso del cual quieren obligar a los demás ciudadanos.

Lo anterior en relación a los hombres pero ¿qué sucedió en el caso de las mujeres? Continúa Gavarrón

Estos mismos sans-culottes se erigen en “héroes callejeros” a la hora de propinar solemnes fessées [azotes] patriotiques a cuantas doncellas con aire aristocrático pillan en sus correrías. Por eso, no es de extrañar que las primeras en adoptar su “consejo” fueran las vapuleadas damas, quienes se pusieron a buscar pantalones protectores, y la que no los encontraba se las ingeniaba para alargar su camisa mediante paños espesos antifessées que ataba a las piernas con sendas ligas. Sí, los pantalones se revelarían como una prenda sorprendentemente útil en los primeros años de la Revolución (...)


Las rivalidades –sostiene Lola Gavarrón- entre los que por diversas razones defendían que las mujeres usaran pantalón y quienes  querían impedirlo, no fueron menores.

Sigámosle la pista a la historia del pantalón. Originario de la cercana Inglaterra, el pantalón íntimo femenino se había impuesto entre las niñas por razones de comodidad e higiene. Ya desde Rousseau y su Emilio, la infancia había adquirido categoría propia, y educadores, padres y moralistas entendían que el niño tenía que tener sus costumbres, juegos y vestidos específicos. Así, niños y niñas vestían por igual a principios de siglo: amplios vestidos, que cubren espesos ropajes. Las piernas se cubren con los pantalones para permitir todo tipo de juegos y saltos sin discriminación de sexo. Esta razón de decencia va a ser la favorita a la hora de ser esgrimida por los defensores del pantalón. El abate Lamesangére (como pueden ver, los curas se pirran por dejar oír su voz en estos temas), convertido en periodista de modas, escribe en 1821 y en el popular “Journal des Dames” lo siguiente: “Las mujeres, que por razones particulares deben ocultar sus piernas, tienen siempre el recurso del pantalón, que se debe acompañar de una blusa corta”. Este “recurso”, sin embargo, desagradaba a la mayoría de las mujeres, quienes, orgullosas de unas piernas que no habían podido mostrar históricamente hasta entonces (¡las francesas!), se negaban a esconderlas bajo los ceñidos pantalones. Las ricas, además, contaban con otras poderosas razones. M. Dubost, conocido fabricante de la época, vendía las medias de seda a 180 francos. ¡Cómo ocultar 180 francos! Las medias, pues, constituían por aquel entonces un auténtico lujo.

La discusión del tema concitó, por aquellos entonces, la atención de buena parte de la población. Y como señala Gavarrón los famosos de la época no podían dejar de tomar partido en tamaña cuestión.

El tema del pantalón provocaba polémicas nacionales. Todo el mundo se creía con derecho a emitir su opinión. Víctores famosos, por distintos motivos, como Víctor Hugo y el Rey Víctor Manuel encandilaban a la opinión pública con sus encendidos denuestos contra el pantalón femenino. Mientras Víctor Hugo acompañaba a sus visitas a la puerta y les agradecía el agradable rato pasado, no podía evitar el pedirles: “Volved cuando queráis. Pero sin pantalón. Por favor os lo ruego, sin pantalón... “. Y el rey Víctor Manuel, de paso por las Tullerías, cometía la masculina torpeza de poner en evidencia a la exquisita Mme. de Malaret, preguntándole en plena recepción pública: “¿Qué piensa Ud., de esas horribles señoras que llevan pantalones?”. Sin saber que la elegante señora los llevaba... Ella, sorprendida, le señala su “desatino”, y he aquí que “el rey se volvió de espaldas y no volvió a dirigirle la palabra en toda la noche”. Al parecer, tan honorables señores no soportaban una ropa interior cerrada y sentían nostalgia de accesibles aperturas...

Como no podía ser de otra manera el clero fijó su posición al respecto; concluye Lola Gavarrón

A partir de 1830, la batalla contra el pantalón será asumida sonoramente por el clero. Tres poderosas razones movilizan a los clérigos: la mujer en pantalón accede a peligrosas libertades de movimiento; el pantalón no deja de ser una moda extranjera, adoptada por la Corte napoleónica; y, principal motivo, socialistas utópicos, como Cabet en su Viaje a Icaria, o el marqués de Saint-Simon, ven en el pantalón femenino un símbolo inequívoco de la añorada emancipación por la que luchan los feministas. Así mientras las inglesas usaban ya bajo la falda honestos pantalones (con la complacencia de Stuart Mill), adornados de encajes y puntillas “a la francesa”, las pocas francesas que se atrevían abiertamente a desafiar la opinión pública -bailarinas, cortesanas y jovencitas- enseñan orgullosas sus pantalones “a la inglesa”, que la moda de faldas cortas de los años veinte permitirá lucir en todo su esplendor.

De los años veinte y los cambios culturales que tuvieron lugar después de la Gran Guerra nos ocuparemos en otra ocasión.

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