viernes, 5 de junio de 2020

Seres opinantes


El hecho de vivir en la llamada sociedad de la información permite suponer que estamos debidamente informados sobre todo y, por tanto, suficientemente preparados para opinar acerca de cualquier tema que se presente. Nos sentimos prestos a opinar sobre temas disímiles de los que apenas tenemos un ligero barniz de información. Hay en ello -como sostiene Jorge Larrosa- una inocultable veta de arrogancia.

El sujeto moderno es un sujeto informado que además opina. Es alguien que tiene una opinión presuntamente personal y presuntamente propia y a veces presuntamente crítica sobre todo lo que pasa, sobre todo aquello de lo que tiene información. Para nosotros, la opinión, como la información, se ha convertido en un imperativo. Nosotros, en nuestra arrogancia, nos pasamos la vida opinando sobre cualquier cosa sobre la que nos sentimos informados. (…) Después de la información, viene la opinión. (…) se nos informa de cualquier cosa y nosotros opinamos. Y ese “opinar” se reduce, en la mayoría de las ocasiones, a estar a favor o en contra.

Y con frecuencia nuestro punto de vista consiste en repetir lo expresado por la llamada opinión pública, que suele ser opinión privada e interesada tal como lo deja en claro E.B. White: “Nunca he visto un escrito, sea político o no, que no tenga un sesgo. Todo lo que se escribe está sesgado por las inclinaciones del escritor, y ningún hombre nace perpendicular, aunque unos cuantos nazcan rectos.”

Es entonces cuando la opinión privada se disfraza con la apariencia de nobles propósitos, de  pretender la búsqueda del bien común (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2014/09/opinion-publica.html). En tiempos recientes se ha acuñado una curiosa y desvergonzada expresión: líderes de opinión.

Ahora bien frente a la suposición que la opinión existe desde que el ser humano desarrolló el lenguaje, Azorín plantea dudas de consideración.

Quevedo es el primer político de opinión. Michelet, en su Prontuario de historia moderna, dice así (al hablar del siglo XVI): “El carácter del siglo XVI, lo que le distingue profundamente de los siglos medievales, es el poder de la opinión; en ese siglo es cuando la opinión se convierte, realmente, en la reina del mundo.”

Todo parece indicar que con esto de las opiniones (privada y pública) hay que andarse con mucho cuidado porque como dice Henry David Thoreau: “Lo que hoy todo el mundo corea, o acepta en silencio como verdad indiscutible, mañana puede convertirse en error, en mero humo de opinión, que algunos confundieron con una nube, presta a derramar agua fertilizante sobre sus campos.”

Hoy como ayer, entonces, resulta fundamental mantenernos críticos frente al mero humo de opinión.

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