No hay que ser muy perspicaz para
pensar que en estos días está teniendo lugar una desenfrenada carrera entre
investigadores, laboratorios, centros de investigación y universidades con el
objeto de ser los primeros en encontrar la vacuna que detenga los estragos
causados por el Covid-19. No hay que ser muy mal pensado para suponer los
golpes bajos que tienen lugar en esta competencia: espionaje, promover
deserciones en las filas del adversario y sin excluir, claro está, actos de
violencia lisa y llana.
¿Sería mucho pedir a laboratorios,
industria farmacéutica en general, investigadores… que siguieran el ejemplo de
Jonas Salk, al que hace un tiempo aludiera el doctor Arnoldo Kraus?
Tras anunciar el descubrimiento de la
vacuna contra la poliomielitis, Jonas Salk fue objeto de muchas entrevistas.
Uno de los periodistas le preguntó: “Dígame, doctor Salk, ¿cuándo patentará la
vacuna?”; con presteza y grandeza el famoso científico respondió a vuelapluma:
“Dígame, ¿usted cree que pueda patentarse el Sol?” No puedo dejar de comentar
que la magnitud del descubrimiento de la vacuna que prevendría la poliomielitis
(1955) equivaldría hoy al descubrimiento de la vacuna contra el síndrome de
inmunodeficiencia adquirida.
¿Será a este tipo de actitudes que se
refieren quienes profetizan el advenimiento de una nueva normalidad?
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