Sabido
es que cualquier invención de consideración debe enfrentar críticas y
resistencias para imponerse a la sociedad de su tiempo. La llegada de las emisiones
de radio no tenía por qué ser la excepción y una muestra de ello son los
argumentos de Gilbert K. Chesterton (en un artículo titulado “Sobre la
radiodifusión”) en cuanto a que el invento tenía destinatarios definidos:
ancianos y enfermos.
Las repetidas discusiones acerca del problema de la
radiotelefonía contienen algo de razón y mucho de absurdo, y también
variedades, desde la admirable buena obra de procurar consuelo al anciano y al
enfermo, hasta el disparate de transmitir espectáculos que, evidentemente, son
creados para la vista y no para el oído. Cuando se anuncia: “se escuchará la
botadura de un buque”, se me ocurre que lo mismo pudiera hablarse sobre la
fragancia que exhala una famosa estatua, o acerca de comerse una sinfonía, o
examinar un silencio con un microscopio. Escuchar los ruidos confusos y
accidentales que acompañan un gran espectáculo visual debe causar, más o menos,
la misma satisfacción que cerrar los ojos y oler todas las pinturas al óleo de
la Real Academia. Por otra parte, el argumento más modesto es un argumento
perfectamente justo y razonable.
De
esta manera atribuye al invento una misión religiosa, un compromiso con la
caridad.
Es verdaderamente cierto que la radiotelefonía puede
emplearse para proporcionar placer a los que están impedidos de las actividades
ordinarias, ya por su edad o ya por su enfermedad; y el deber de proporcionar
ese placer, lejos de ser una chifladura científica moderna, ha de reconocerse
como una manifestación de la misión, muy antigua, de la caridad humana. Es
fruto del espíritu que se manifiesta en forma tan noble, en uno de los libros
más antiguos del mundo: “Fui ojos para el ciego y pies para el cojo”; y no
existe hombre alguno que, siguiendo esa tradición religiosa, pronuncie la menor
palabra en contra.
Sin
embargo, en una sociedad sana el uso de la innovación será necesariamente muy
restringido; continúa Chesterton
(…) yo me inclino a pensar que una sociedad sana
considerará estas transmisiones como destinadas en general a los enfermos. Está
bien ser “pies para el cojo”, en el sentido de proporcionar piernas de palo y
muletas a los que no pueden caminar de otra manera, pero, si le ofreciésemos a
cualquier atleta joven conocido nuestro, una pierna de palo, posiblemente lo
consideraría un insulto, si es que no lo tomaba como una broma. Seguramente no
creerá que sea ningún adelanto en la evolución científica el andar con tres
piernas.
Seguiremos
con el tema.
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