martes, 7 de julio de 2020

Chesterton y la radio / 1


Sabido es que cualquier invención de consideración debe enfrentar críticas y resistencias para imponerse a la sociedad de su tiempo. La llegada de las emisiones de radio no tenía por qué ser la excepción y una muestra de ello son los argumentos de Gilbert K. Chesterton (en un artículo titulado “Sobre la radiodifusión”) en cuanto a que el invento tenía destinatarios definidos: ancianos y enfermos.

Las repetidas discusiones acerca del problema de la radiotelefonía contienen algo de razón y mucho de absurdo, y también variedades, desde la admirable buena obra de procurar consuelo al anciano y al enfermo, hasta el disparate de transmitir espectáculos que, evidentemente, son creados para la vista y no para el oído. Cuando se anuncia: “se escuchará la botadura de un buque”, se me ocurre que lo mismo pudiera hablarse sobre la fragancia que exhala una famosa estatua, o acerca de comerse una sinfonía, o examinar un silencio con un microscopio. Escuchar los ruidos confusos y accidentales que acompañan un gran espectáculo visual debe causar, más o menos, la misma satisfacción que cerrar los ojos y oler todas las pinturas al óleo de la Real Academia. Por otra parte, el argumento más modesto es un argumento perfectamente justo y razonable.

De esta manera atribuye al invento una misión religiosa, un compromiso con la caridad.

Es verdaderamente cierto que la radiotelefonía puede emplearse para proporcionar placer a los que están impedidos de las actividades ordinarias, ya por su edad o ya por su enfermedad; y el deber de proporcionar ese placer, lejos de ser una chifladura científica moderna, ha de reconocerse como una manifestación de la misión, muy antigua, de la caridad humana. Es fruto del espíritu que se manifiesta en forma tan noble, en uno de los libros más antiguos del mundo: “Fui ojos para el ciego y pies para el cojo”; y no existe hombre alguno que, siguiendo esa tradición religiosa, pronuncie la menor palabra en contra.

Sin embargo, en una sociedad sana el uso de la innovación será necesariamente muy restringido; continúa Chesterton

(…) yo me inclino a pensar que una sociedad sana considerará estas transmisiones como destinadas en general a los enfermos. Está bien ser “pies para el cojo”, en el sentido de proporcionar piernas de palo y muletas a los que no pueden caminar de otra manera, pero, si le ofreciésemos a cualquier atleta joven conocido nuestro, una pierna de palo, posiblemente lo consideraría un insulto, si es que no lo tomaba como una broma. Seguramente no creerá que sea ningún adelanto en la evolución científica el andar con tres piernas.

Seguiremos con el tema.

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