Ya
hemos visto que Gilbert K. Chesterton no observaba motivo alguno para que personas
jóvenes y sanas quisieran tener contacto con la programación de las emisoras de
radio. Para argumentar su opinión plantea curiosas comparaciones
Está muy bien ser “ojos para el ciego”, en el sentido de
proporcionar lentes y hasta prismáticos a las personas cortas de vista. Pero,
denotaría una falta de tacto insistir ante una hermosa dama, que posee una
vista perfecta, en que use un par de grandes anteojos, u ofrecerle unos
prismáticos, para que se mire al espejo. Respecto a todos estos puntales y
protecciones especiales de los órganos de nuestro cuerpo, permitimos a la
ciencia que supla las deficiencias, pero no le permitimos atribuir
deficiencias, si éstas no existen. Una sociedad sana puede ver lo que es verdad
acerca de nuestros órganos físicos, y también de nuestros sentidos físicos.
A
los jóvenes –“comodones radioescuchas”- debería darles vergüenza recurrir a
estos modernos aparatos cuando nada les impide asistir a conciertos o al teatro.
El joven atleta debiera verdaderamente avergonzarse de
sentarse en su casa a escuchar un concierto, cuando con sólo andar un poco podría
oírlo directamente. También debiera avergonzarse de disfrutar de sólo la mitad
de una comedia o un drama, cuando caminando hacia el teatro, desde su casa,
podría disfrutar de toda la obra. A tales personas se les critica
frecuentemente como deportistas. Seguramente debieran ser más criticadas por
comodones radioescuchas que por atletas, ya que ni siquiera lo son bastante
como para caminar un poco y ser espectadores.
Con
la ironía que lo caracteriza se pregunta Chesterton si no pudiera exigirse a
las personas un certificado médico que las habilitara a escuchar radio.
Si los prohibicionistas solicitan certificado médico para
tomar “brandy”, ¿por qué no va a poderse solicitar certificado médico para oír
radio? (…) ¿no habrá forma de que la policía impida que gente que no sea coja
use muletas? ¿No podría pedirse a los ciudadanos que hicieran algún esfuerzo, a
fin de conservar las artes y las instituciones de la ciudad en su antigua forma
cívica?
También
llama la atención acerca de los efectos negativos que, debido a la innovación,
enfrentan los espectáculos en vivo.
No pretendo saber mucho de música; pero tengo una
comprensión elemental del patriotismo; y el fracaso de los conciertos del
Queen’s Hall me parece que, para una gran nación, es verdaderamente una
ignominia. Me han contado que el público dejó de asistir a ellos porque podía
oír música por radio; pero Dios lo sabe que nunca es la misma clase de música.
Ahora bien, no puedo creer que todos los oyentes del Queen’s Hall hayan sido
atacados de parálisis, como no podría creer que todos ellos cojeasen ahora de
una pierna. Y si creen que debe disfrutarse del arte en las condiciones más
cómodas posibles, como si fueran las más inspiradoras, creo que están en un
error sobre la psicología del arte.
Para
Chesterton es muy diferente la actitud de quien cómodamente sentado escucha una
función artística respecto a la de aquellos que se movilizan para asistir a
dicho espectáculo.
Una persona que asciende una montaña para ver la salida
del sol la ve de manera muy diferente de la que se muestra por medio de una
linterna mágica, a un hombre sentado en una silla de brazos. Seamos piadosos
con el hombre sentado en una silla de brazos, cuando éste está impedido; pero
no demos por sentado que no existen cumbres que valga la pena ascenderlas, ni
obras teatrales suficientemente buenas que no valga la pena ir al teatro a
verlas.
Concluye
evocando sus vivencias de infancia. “Yo recuerdo, aún, el enorme placer que
experimentaba cuando siendo niño asistía al teatro; y uno de los más grandes
placeres entre todos los que pudieran ofrecérseme era sencillamente ir al
teatro.”
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