miércoles, 8 de julio de 2020

Chesterton y la radio / 2


Ya hemos visto que Gilbert K. Chesterton no observaba motivo alguno para que personas jóvenes y sanas quisieran tener contacto con la programación de las emisoras de radio. Para argumentar su opinión plantea curiosas comparaciones

Está muy bien ser “ojos para el ciego”, en el sentido de proporcionar lentes y hasta prismáticos a las personas cortas de vista. Pero, denotaría una falta de tacto insistir ante una hermosa dama, que posee una vista perfecta, en que use un par de grandes anteojos, u ofrecerle unos prismáticos, para que se mire al espejo. Respecto a todos estos puntales y protecciones especiales de los órganos de nuestro cuerpo, permitimos a la ciencia que supla las deficiencias, pero no le permitimos atribuir deficiencias, si éstas no existen. Una sociedad sana puede ver lo que es verdad acerca de nuestros órganos físicos, y también de nuestros sentidos físicos.

A los jóvenes –“comodones radioescuchas”- debería darles vergüenza recurrir a estos modernos aparatos cuando nada les impide asistir a conciertos o al teatro.

El joven atleta debiera verdaderamente avergonzarse de sentarse en su casa a escuchar un concierto, cuando con sólo andar un poco podría oírlo directamente. También debiera avergonzarse de disfrutar de sólo la mitad de una comedia o un drama, cuando caminando hacia el teatro, desde su casa, podría disfrutar de toda la obra. A tales personas se les critica frecuentemente como deportistas. Seguramente debieran ser más criticadas por comodones radioescuchas que por atletas, ya que ni siquiera lo son bastante como para caminar un poco y ser espectadores.

Con la ironía que lo caracteriza se pregunta Chesterton si no pudiera exigirse a las personas un certificado médico que las habilitara a escuchar radio.

Si los prohibicionistas solicitan certificado médico para tomar “brandy”, ¿por qué no va a poderse solicitar certificado médico para oír radio? (…) ¿no habrá forma de que la policía impida que gente que no sea coja use muletas? ¿No podría pedirse a los ciudadanos que hicieran algún esfuerzo, a fin de conservar las artes y las instituciones de la ciudad en su antigua forma cívica?

También llama la atención acerca de los efectos negativos que, debido a la innovación, enfrentan los espectáculos en vivo.

No pretendo saber mucho de música; pero tengo una comprensión elemental del patriotismo; y el fracaso de los conciertos del Queen’s Hall me parece que, para una gran nación, es verdaderamente una ignominia. Me han contado que el público dejó de asistir a ellos porque podía oír música por radio; pero Dios lo sabe que nunca es la misma clase de música. Ahora bien, no puedo creer que todos los oyentes del Queen’s Hall hayan sido atacados de parálisis, como no podría creer que todos ellos cojeasen ahora de una pierna. Y si creen que debe disfrutarse del arte en las condiciones más cómodas posibles, como si fueran las más inspiradoras, creo que están en un error sobre la psicología del arte.

Para Chesterton es muy diferente la actitud de quien cómodamente sentado escucha una función artística respecto a la de aquellos que se movilizan para asistir a dicho espectáculo.

Una persona que asciende una montaña para ver la salida del sol la ve de manera muy diferente de la que se muestra por medio de una linterna mágica, a un hombre sentado en una silla de brazos. Seamos piadosos con el hombre sentado en una silla de brazos, cuando éste está impedido; pero no demos por sentado que no existen cumbres que valga la pena ascenderlas, ni obras teatrales suficientemente buenas que no valga la pena ir al teatro a verlas.

Concluye evocando sus vivencias de infancia. “Yo recuerdo, aún, el enorme placer que experimentaba cuando siendo niño asistía al teatro; y uno de los más grandes placeres entre todos los que pudieran ofrecérseme era sencillamente ir al teatro.”

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