La sublime obra de los creadores en diversas
ramas del arte y el saber fue atribuida en la cultura griega a la intervención
de las musas. Según Carlos García Gual: “La invocación a la Musa ha devenido
luego un cliché poético, pero no debemos dudar de la sinceridad con la que los
primeros poetas griegos hablan de esa experiencia religiosa y personal.” En
relación a ellas Luis Melnik precisa que
eran hijas de Zeus y Mnemósine. Vivían en el monte
con Apolo y cada una de ellas tenía un deber y una misión:
Calíope, la poesía épica.
Clío, la historia.
Polimnia, la retórica.
Terpsícore, la danza.
Melpómene, la tragedia.
Talía, la comedia.
Urania, la astronomía.
Erato, la lírica.
Euterpe, la música
Quienes las invocan quieren contar
antes que nada con el privilegio de su visita y luego lograr que permanezcan,
para lo que –según Omar López Mato- han desarrollado diversas estrategias.
Las musas se escapan dejando las mentes
en blanco, el cuadro inconcluso y los papeles abollados alrededor de la mesa.
Cada artista recurrió a un truco o artimaña para retener la esquiva inspiración
a su lado.
Dicen que Alejandro Dumas escribía con
tinta verde sobre la misma mesa tambaleante, vistiendo una ostentosa bata
china; que Mozart recurría al rítmico golpeteo de las bolas de billar para
encontrar las melodías de sus obras. Schiller, necesitaba el aroma de manzanas
podridas para acceder a un estado de ensoñación, cuidándose de tener a mano, en
el cajón de su escritorio, esta pútrida inspiración. Goethe decía que podía
discernir cuando Schiller escribía bajo ese "aromático"
influjo.
Muchos poetas, pintores y compositores
recurrieron a "trucos" para abrir sus mentes y sus sentidos a
nuevas percepciones volcándolas en sus obras, que olían a alcohol y narcóticos.
El alcohol (…) abre a los artistas las
puertas de la fantasía e imaginación.
"Yo lo usé... como un medio para
que mi mente concibiera visiones que el cerebro sobrio... no podría concebir”
dijo Schumann antes de terminar en un asilo para enfermos mentales (...)
Cabe aclarar que mucho antes Platón ya
se había referido a ello: “En vano llama a la puerta de las musas
quién está falto de vino.”
La presencia de las musas hace posible
que tenga lugar el anhelado momento de inspiración, que según Simon Leys “es una noción indefinible,
pero su presencia o su ausencia son realidades muy evidentes, sobre todo para
el desventurado escritor que se desloma persiguiéndola.” Según Andrea Köhler “(…) a la musa no se la obliga, pero hay
que prepararle el terreno, esperar.” Y en esa espera –prosigue Leys- es necesario saber
honrar su visita
Todo artista creador es un hombre visitado. El
paisajista chino Guo Xi (siglo XI), antes de pintar, realizaba unas abluciones,
nos dice su hijo, y quemaba incienso “como si esperase a un invitado de
postín”. Los poetas son particularmente conscientes de la importancia de ese
estado de receptividad; así, Henri Michaux dice: “La poesía es un regalo de la
naturaleza, una gracia, no un trabajo. La sola ambición de hacer un poema basta
para matarlo”. (…)
Sin este éxtasis inspirado, no hay poema.
Sabido
es que las musas son seres volubles, intempestivos, que se presentan en forma
intermitente como lo deja en claro Raquel Lanseros
Aquí, estás siempre abajo, y el haber
tenido algún acierto pequeño en el pasado no presupone que lo vayas a tener en
el futuro, porque la poesía es tremendamente caprichosa y va y viene cuando
ella quiera… Hay que tener una actitud de humildad, de trabajo y de apertura
mental para poder recibirla cuando le apetece venir.
Esto genera incertidumbre y ansiedad en los creadores por lo
que Jules Renard sostiene: “(…) escribo cuando me viene y siempre tengo miedo de que no me venga”.
Este miedo es más que comprensible y solo los artistas –acota Simon Leys- saben
lo que es sentirse en orfandad creativa.
El drama es que los momentos demasiado breves y
demasiado raros en que el artista está “con Dios”, en que el poeta “es
fulminado por el rayo”, crean en ellos una inagotable necesidad; y el
agotamiento de su inspiración los deja inconsolables.
Asimismo
llegan donde menos se les espera, mientras que cuando tienen todas las
comodidades a su disposición brillan por su ausencia; Enrique Vila-Matas nos da
un ejemplo de ello
Una vez conocí a un joven de familia muy
rica que quería escribir. La familia le construyó un espacio maravilloso,
circular, con vistas al mar… luego se sentaba a escribir y no salía nada. (…)
Creo que eso de la inspiración ya está
pasado de moda. Tabucchi decía que las musas también tienen sindicato y se
ponen en huelga.
Otra
cosa: no es recomendable pretender que lleguen para quedarse porque como
recuerda Chamfort: “El famoso Ben-Jonhson decía que todos los que se habían
desposado con las musas se morían de hambre, y los que las habían tomado por
queridas vivían muy bien.” No hay que esperar que den todo hecho y a ello alude
Paul Valéry: “El primer verso nos lo dan (…), los otros hay que buscarlos.” Eso
sí, no cabe duda que son muy generosas porque al decir de Joaquín Sabina “las musas no cobran derechos de
autor”.
A
las nueve musas reconocidas habría que agregar otras; la lista de candidatas es
larga y gracias a Rosa Montero podemos conocer a una de ellas.
Así,
viviéndose como musa en la mirada del hombre, Alma [Mahler] fue pieza
fundamental en las vidas del compositor Gustav Mahler, su primer marido; del
importante pintor expresionista Oskar Kokoschka, su tórrido amante durante tres
años; del arquitecto Walter Gropius, su segundo cónyuge, fundador de la Bauhaus ; y de Franz
Werfel, el tercer esposo, un novelista hoy algo olvidado pero muy famoso y
apreciado en su época.
(...)
Y es que Alma era una especie de batería existencial, capaz de encender el
mundo de colores.
Esa
electricidad interior, esa potencia vital, se recargaba una y otra vez en el
amor. Pero no en un amor simple y cotidiano, sino en la pasión más arrebatada.
En ese sentimiento romántico y arrasador, producto de la imaginación, por el
cual se busca la fusión absoluta con el otro, el alma gemela. Un objetivo
inhumano, imposible, que lleva siempre a la repetición infinita de la búsqueda
amorosa. (...) Cuando se enamoraba, inventaba en el otro la perfección; y su
pareja, al verse reflejado como un dios en los ojos de ella, se apreciaba más a
sí mismo: si una mujer tan bella, tan inteligente y tan brillante me considera
divino, es que lo soy. Pero luego la torpe realidad iba socavando los pies de
barro de sus príncipes azules, y Alma se iba desenamorando, se angustiaba, se
deprimía. Necesitaba apasionarse nuevamente, volver a amar a otro, sentirse
viva. Ahí empezaban los conflictos.
Por supuesto que en la consideración de este
tema no puede faltar una mención a “Alimentando la musa”, artículo clásico en
que Ray Bradbury aborda la cuestión.
No es fácil. Nadie lo ha hecho nunca de
modo sistemático. Los que más se esfuerzan acaban ahuyentándola al bosque. Los
que le vuelven la espalda y se pasean despreocupados, silbando bajito entre
dientes, la oyen andar tras de ellos con cautela, atraída por un desdén
cuidadosamente adquirido.
Por supuesto, hablamos de La Musa.
El término he desaparecido del lenguaje
de nuestro tiempo. Las más de las veces sonreímos al oírlo y evocamos imágenes
de una frágil diosa griega cubierta de helechos, arpa en mano, acariciando la
frente de nuestro sudoroso Escriba.
La Musa, entonces, es la más asustadiza
de las vírgenes. Se sobresalta al menor ruido, palidece si uno le hace
preguntas, gira y se desvanece si uno le perturba el vestido.
¿Qué la aflige?, se preguntarán ustedes.
¿Por qué la estremece una mirada? ¿De dónde viene y adónde va? ¿Como lograr que
nos visite por períodos más largos? ¿Qué temperatura la complace? ¿Le gustan
las voces fuertes o las suaves? ¿Dónde se le compra el alimento, de qué calidad
y cuánto, y a qué horas come?
Bradbury deja en claro el requisito
esencial: “Para alimentar a su Musa, pues, es preciso que usted siempre haya
tenido hambre de vida, desde niño. De lo contrario es un poco tarde para
empezar. Claro que mejor tarde que nunca. ¿Aún se siente dispuesto?” Y a
continuación viene su recomendación
Trabajar bien y constantemente es
mantener en condición óptima lo que se ha aprendido y se sabe. Experiencia.
Labor. Son las dos caras de la moneda que cuando gira de canto no es ni
experiencia ni trabajo sino el momento de la revelación. Por ilusión óptica, la
moneda se vuelve redonda, brillante, un arremolinado globo de vida.
Y concluye: “Cuando la Musa habla, yo
cierro los ojos y escucho.”
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