viernes, 3 de julio de 2020

Las musas


La sublime obra de los creadores en diversas ramas del arte y el saber fue atribuida en la cultura griega a la intervención de las musas. Según Carlos García Gual: “La invocación a la Musa ha devenido luego un cliché poético, pero no debemos dudar de la sinceridad con la que los primeros poetas griegos hablan de esa experiencia religiosa y personal.” En relación a ellas Luis Melnik precisa que

eran hijas de Zeus y Mnemósine. Vivían en el monte con Apolo y cada una de ellas tenía un deber y una misión:
Calíope, la poesía épica.
Clío, la historia.
Polimnia, la retórica.
Terpsícore, la danza.
Melpómene, la tragedia.
Talía, la comedia.
Urania, la astronomía.
Erato, la lírica.
Euterpe, la música

Quienes las invocan quieren contar antes que nada con el privilegio de su visita y luego lograr que permanezcan, para lo que –según Omar López Mato- han desarrollado diversas estrategias.

Las musas se escapan dejando las mentes en blanco, el cuadro inconcluso y los papeles abollados alrededor de la mesa. Cada artista recurrió a un truco o artimaña para retener la esquiva inspiración a su lado.
Dicen que Alejandro Dumas escribía con tinta verde sobre la misma mesa tambaleante, vistiendo una ostentosa bata china; que Mozart recurría al rítmico golpeteo de las bolas de billar para encontrar las melodías de sus obras. Schiller, necesitaba el aroma de manzanas podridas para acceder a un estado de ensoñación, cuidándose de tener a mano, en el cajón de su escritorio, esta pútrida inspiración. Goethe decía que podía discernir cuando Schiller escribía bajo ese "aromático" influjo.
Muchos poetas, pintores y compositores recurrieron a "trucos" para abrir sus mentes y sus sentidos a nuevas percepciones volcándolas en sus obras, que olían a alcohol y narcóticos.
El alcohol (…) abre a los artistas las puertas de la fantasía e imaginación.
"Yo lo usé... como un medio para que mi mente concibiera visiones que el cerebro sobrio... no podría concebir” dijo Schumann antes de terminar en un asilo para enfermos mentales (...)

Cabe aclarar que mucho antes Platón ya se había referido a ello: “En vano llama a la puerta de las musas quién está falto de vino.”

La presencia de las musas hace posible que tenga lugar el anhelado momento de inspiración, que según Simon Leys “es una noción indefinible, pero su presencia o su ausencia son realidades muy evidentes, sobre todo para el desventurado escritor que se desloma persiguiéndola.” Según Andrea Köhler “(…) a la musa no se la obliga, pero hay que prepararle el terreno, esperar.” Y en esa espera –prosigue Leys- es necesario saber honrar su visita

Todo artista creador es un hombre visitado. El paisajista chino Guo Xi (siglo XI), antes de pintar, realizaba unas abluciones, nos dice su hijo, y quemaba incienso “como si esperase a un invitado de postín”. Los poetas son particularmente conscientes de la importancia de ese estado de receptividad; así, Henri Michaux dice: “La poesía es un regalo de la naturaleza, una gracia, no un trabajo. La sola ambición de hacer un poema basta para matarlo”. (…)
Sin este éxtasis inspirado, no hay poema.

Sabido es que las musas son seres volubles, intempestivos, que se presentan en forma intermitente como lo deja en claro Raquel Lanseros

Aquí, estás siempre abajo, y el haber tenido algún acierto pequeño en el pasado no presupone que lo vayas a tener en el futuro, porque la poesía es tremendamente caprichosa y va y viene cuando ella quiera… Hay que tener una actitud de humildad, de trabajo y de apertura mental para poder recibirla cuando le apetece venir.

Esto genera incertidumbre y ansiedad en los creadores por lo que Jules Renard sostiene: “(…) escribo cuando me viene y siempre tengo miedo de que no me venga”. Este miedo es más que comprensible y solo los artistas –acota Simon Leys- saben lo que es sentirse en orfandad creativa.
El drama es que los momentos demasiado breves y demasiado raros en que el artista está “con Dios”, en que el poeta “es fulminado por el rayo”, crean en ellos una inagotable necesidad; y el agotamiento de su inspiración los deja inconsolables.
Asimismo llegan donde menos se les espera, mientras que cuando tienen todas las comodidades a su disposición brillan por su ausencia; Enrique Vila-Matas nos da un ejemplo de ello

Una vez conocí a un joven de familia muy rica que quería escribir. La familia le construyó un espacio maravilloso, circular, con vistas al mar… luego se sentaba a escribir y no salía nada. (…)
Creo que eso de la inspiración ya está pasado de moda. Tabucchi decía que las musas también tienen sindicato y se ponen en huelga.

Otra cosa: no es recomendable pretender que lleguen para quedarse porque como recuerda Chamfort: “El famoso Ben-Jonhson decía que todos los que se habían desposado con las musas se morían de hambre, y los que las habían tomado por queridas vivían muy bien.” No hay que esperar que den todo hecho y a ello alude Paul Valéry: “El primer verso nos lo dan (…), los otros hay que buscarlos.” Eso sí, no cabe duda que son muy generosas porque al decir de Joaquín Sabina “las musas no cobran derechos de autor”.

A las nueve musas reconocidas habría que agregar otras; la lista de candidatas es larga y gracias a Rosa Montero podemos conocer a una de ellas.

Así, viviéndose como musa en la mirada del hombre, Alma [Mahler] fue pieza fundamental en las vidas del compositor Gustav Mahler, su primer marido; del importante pintor expresionista Oskar Kokoschka, su tórrido amante durante tres años; del arquitecto Walter Gropius, su segundo cónyuge, fundador de la Bauhaus; y de Franz Werfel, el tercer esposo, un novelista hoy algo olvidado pero muy famoso y apreciado en su época.
(...) Y es que Alma era una especie de batería existencial, capaz de encender el mundo de colores.
Esa electricidad interior, esa potencia vital, se recargaba una y otra vez en el amor. Pero no en un amor simple y cotidiano, sino en la pasión más arrebatada. En ese sentimiento romántico y arrasador, producto de la imaginación, por el cual se busca la fusión absoluta con el otro, el alma gemela. Un objetivo inhumano, imposible, que lleva siempre a la repetición infinita de la búsqueda amorosa. (...) Cuando se enamoraba, inventaba en el otro la perfección; y su pareja, al verse reflejado como un dios en los ojos de ella, se apreciaba más a sí mismo: si una mujer tan bella, tan inteligente y tan brillante me considera divino, es que lo soy. Pero luego la torpe realidad iba socavando los pies de barro de sus príncipes azules, y Alma se iba desenamorando, se angustiaba, se deprimía. Necesitaba apasionarse nuevamente, volver a amar a otro, sentirse viva. Ahí empezaban los conflictos.

Por supuesto que en la consideración de este tema no puede faltar una mención a “Alimentando la musa”, artículo clásico en que Ray Bradbury aborda la cuestión.

No es fácil. Nadie lo ha hecho nunca de modo sistemático. Los que más se esfuerzan acaban ahuyentándola al bosque. Los que le vuelven la espalda y se pasean despreocupados, silbando bajito entre dientes, la oyen andar tras de ellos con cautela, atraída por un desdén cuidadosamente adquirido.
Por supuesto, hablamos de La Musa.
El término he desaparecido del lenguaje de nuestro tiempo. Las más de las veces sonreímos al oírlo y evocamos imágenes de una frágil diosa griega cubierta de helechos, arpa en mano, acariciando la frente de nuestro sudoroso Escriba.
La Musa, entonces, es la más asustadiza de las vírgenes. Se sobresalta al menor ruido, palidece si uno le hace preguntas, gira y se desvanece si uno le perturba el vestido.
¿Qué la aflige?, se preguntarán ustedes. ¿Por qué la estremece una mirada? ¿De dónde viene y adónde va? ¿Como lograr que nos visite por períodos más largos? ¿Qué temperatura la complace? ¿Le gustan las voces fuertes o las suaves? ¿Dónde se le compra el alimento, de qué calidad y cuánto, y a qué horas come?

Bradbury deja en claro el requisito esencial: “Para alimentar a su Musa, pues, es preciso que usted siempre haya tenido hambre de vida, desde niño. De lo contrario es un poco tarde para empezar. Claro que mejor tarde que nunca. ¿Aún se siente dispuesto?” Y a continuación viene su recomendación

Trabajar bien y constantemente es mantener en condición óptima lo que se ha aprendido y se sabe. Experiencia. Labor. Son las dos caras de la moneda que cuando gira de canto no es ni experiencia ni trabajo sino el momento de la revelación. Por ilusión óptica, la moneda se vuelve redonda, brillante, un arremolinado globo de vida.

Y concluye: “Cuando la Musa habla, yo cierro los ojos y escucho.”

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