lunes, 27 de julio de 2020

Reseña

No me hubiese gustado que Wislawa Szymborska se hubiera dado a la tarea de reseñar alguno de mis libros en el espacio que para ello disponía en la prensa polaca. Si una obra le gustaba no se andaba con chiquitas para elogiarla, pero… si el juicio era adverso las cosas se complicaban.

Una muestra de esto último es su crítica al libro Relajamiento: ciento un consejos prácticos (traducción del inglés, Varsovia, Ksiazka i Wiedza, 1998) de la que transcribo tres andanas de golpes.

El tipo de individuo que promocionan todos estos libros de autoayuda es simplemente el del sano idiota que ha dormido bastante. El único objeto de interés para él debe ser su propio cuerpo.

Para no caer en ambigüedades a continuación estima necesario aclarar aún más su opinión, en el afán de que no queden dudas respecto al valor de la obra.

Naturalmente, necesita un montón de información procedente del mundo exterior que los redactores (supuestos expertos) ya se encargan de ofrecerle. Información como que “el perro es un compañero fiel”, “la luz natural ilumina tu habitación”, “dispón tus muebles de tal manera que no te molesten”, “empápate de la belleza natural” o “deshazte de los productos caducados”.

El decisivo nocaut vendrá acompañado con la fina ironía que es tan habitual en Szymborska

Bien, pero ¿qué necesidad había de traducir todo esto del inglés? ¿Acaso nuestro producto nacional era incapaz de llegar a comunicados como “al respirar entra aire en los pulmones”? ¿Acaso hacía falta importar de la patria de Newton la noticia de que el cerebro se divide en dos hemisferios, de los cuales el izquierdo es el responsable de “las actividades que requieren pensar como, por ejemplo, resolver un crucigrama”? No tengo nada en contra de los crucigramas, pero que justamente aparezcan aquí como el único ejemplo de esfuerzo mental es muy significativo.

Difícil que después de leer la nota alguien quisiera salir corriendo a la librería más cercana para comprar el libro.

Poco en común tiene este tipo de reseñas con las que acostumbramos entre nosotros, en extremo complacientes e indulgentes, y que en no pocas ocasiones son financiadas por las propias casas editoriales.       

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