Constituye una paradoja el que los cantores -al igual que
otros artistas- pueden ser víctimas de sus propios éxitos. Recuerdo que en
tiempos de la dictadura en Uruguay, se presentó Daniel Viglietti en un recital
de canto popular en la ciudad de México (en el Auditorio Nacional, si no me
traiciona la memoria). Entre los asistentes nos encontrábamos muchos
sudamericanos y también, por supuesto, mexicanos.
Da inicio su actuación y comienza a cantar algunos temas nuevos
como el de “Las hormiguitas” pero el público pide a gritos sus antiguas
canciones: “¡A desalambrar!”, “¡Niño mi niño!”… En un momento Viglietti interrumpe
su presentación y visiblemente molesto comenta que es muy difícil componer nuevas
canciones en el exilio y si luego de ese trabajo, no hay chance de presentarlas…
El público enmudeció. Viglietti cantó sus nuevas canciones y
también las clásicas.
A ello también se refería Alfredo Zitarrosa, entrevistado por
María Esther Gilio
En
el momento en que una canción la cantaste cientos de veces se transforma en tu
enemiga. La conocés por todos lados y sabés que es imposible aportar a ella
nada nuevo. La frescura que tenía las primeras veces que fue cantada ya se
perdió. Yo siento, cuando la canto, que ya no tengo nada que dar.
Pero -añade Zitarrosa- “en cambio… una canción nueva,
fresquita, puede salvar todo un recital”.
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