Las definiciones coinciden en que
“la imaginería es una especialidad del arte de la escultura, la representación
plástica de temas religiosos, por lo común realista y con finalidad devocional,
litúrgica, procesional o catequética”. Su mayor desarrollo tuvo lugar en países
de fuerte raíces católicas como España, Italia, Filipinas y algunos de Hispanoamérica.
En Wikipedia encontramos que
Si bien la
representación plástica de los misterios religiosos acompaña al Cristianismo
desde sus primeros siglos, será con el arte románico y gótico, desde el siglo
XII al XV, donde comience la evolución de la escultura en madera o imaginería,
con fin catequético. Hasta el Renacimiento tienen mucha importancia los
maestros flamencos y franceses. Sin embargo a partir del Concilio de Trento
(1545-1563) la Iglesia católica, en respuesta a la Reforma luterana, decide
potenciar las artes plásticas como medio de alcanzar la atención de los fieles,
desarrollándose extraordinariamente la imaginería durante el periodo barroco en
el área mediterránea, la península ibérica e Iberoamérica.
En México hubo extraordinarios
imagineros como se puede observar en Ciudad de México, Puebla, Oaxaca,
Michoacán, Chiapas, Jalisco, Tlaxcala, entre otros lugares.
Seguramente el trabajo ha de
haber decrecido en tiempos recientes, sin embargo el oficio permanece y como
una muestra de ello encontramos al maestro Antonio Bernal Redondo en la ciudad
de Granada, España (http://antoniobernalimaginero.com/).
El imaginero crea piezas
individuales así como también grandes obras; Andrés Trapiello presenta un
perfil de su vida.
(…) un retablo.
El imaginero ha de tallarlo por partes. No lo hace de encargo. Es su trabajo
gustoso de carpintero. Tiene incluso, allí al lado, una pequeña fragua. Trabaja
también, pues, como herrero, afilando sus gubias y formones, las cuchillas de
sus cepillos y garlopas. Tiene, también, un poco de químico cuando, en un infiernillo, prepara la melosa laca, los
barnices, la cola de conejo, la arábiga, que le sirven para pegar ingletes. Él
ha buscado y elegido las maderas, él conoce el momento en el que puede
trabajarlas, él estofa, él bate el oro preciso para el momento en que habrá de
ser también batihoja. No sabe cuándo terminará su obra.
Pero, ¿en dónde inspirarse para
plasmar los rostros? Continúa Trapiello
El notario, de
quien siempre ha admirado su cabeza redonda y poderosa, ha quedado en figura de
centurión, el borrachín del pueblo le ha servido de modelo para un filósofo, el
médico que le trata una afección pulmonar consecuencia del polvo del taller y
de la inhalación de los vapores de los barnices, hace el papel de Elías el
profeta, y así hasta más de seiscientos personajes, que son los contratados… No
conoce en su vida a tantos personajes. ¿Cómo podría conocerlos, si no sale casi
nunca de su taller? Cuando lo hace, camina deprisa, del taller a su casa, y de
su casa al taller, todos los días, cien metros. Así que ha ido combinando caracteres
y rasgos fisiognómicos: la nariz del notario, la frente del médico, los ojos
del borrachín, la nariz del borrachín, la frente del notario, los ojos del
médico…
Las obras de grandes dimensiones,
como señala Andrés Trapiello, no podía armarlas en su casa.
Al lado de su
taller, donde trabaja, hay un pequeño tendejón de teja vana donde guarda la
madera traída de la serrería, y enfrente aquellos otros trozos del retablo ya
terminados, que cubre con unas mantas viejas y llenas de polvo. A medida que
los va acabando, los va apilando en ese rincón. Jamás podrá ver montada su
obra, porque su taller es demasiado pequeño y estrecho, y los techos bajos. Un
día se llevarán todos aquellos trozos del retablo para montarlos quién sabe
dónde. “Llevo toda una sociedad en la cabeza”, decía un Balzac a quien ni
siquiera brumaba esta constatación.
Concluye Trapiello con una
referencia a la expresión que identifica la labor “(…) me gusta el nombre de mi
oficio: imaginero, por lo que aproxima estas dos palabras: imagen e
imaginación, o sea, realidad y ficción.”
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