Una larga tradición en el mundo del
teatro y del cine alude a la existencia de obras o películas cuya exhibición viene
acompañada de una inevitable racha de mala suerte.
Ahora presentamos uno de estos casos, toda
la información procede de una publicación de Selecciones del Reader’s Digest enfocada específicamente a sucesos y
eventos extraordinarios.
“La comedia de Glamis”, “El asunto
escocés” o simplemente “Esa obra” sólo son algunos de los eufemismos que los
actores usan frecuentemente para no mencionar el nombre Macbeth,
tragedia de Shakespeare, una de las obras más fatídicas de la historia del
teatro.
En efecto, muchos profesionales
consideran que “El inmencionable” (otro de sus sobrenombres) –con sus
derramamientos de sangre, sus fantasmas y sus brujerías- es también uno de los
dramas más oscuros jamás escritos.
Si un actor menciona su nombre, o cita
alguna parte de la obra estando fuera del escenario, la tradición lo obliga a
salir del vestidor, dar tres vueltas, escupir y después tocar la puerta para
volver a entrar. La historia del teatro registra numerosos casos de personas
que tuvieron la desgracia de pasar por alto esos ritos de exorcismo.
Macbeth pareció condenada desde el principio.
Se representó por primera vez ante Jacobo I, descendiente tanto del Duncan como
del Banquo históricos, que en la obra son asesinados. Al parecer, la maldición
se hizo presente durante el estreno, el 7 de agosto de 1606, ya que Hal
Berridge, el joven actor que hacía el papel de Lady Macbeth, enfermó de fiebre
y después murió; el mismo Shakespeare tuvo que suplirlo, casi sin previo aviso.
Afirma el artículo citado que “la obra
pocas veces se representó durante casi un siglo” y cuando llegó “el día de su
reestreno en Londres, en 1703, cayó una de las tormentas más fuertes de la
historia. Por su contenido blasfemo, a la obra se le echó la culpa de la
nefasta tormenta, y la reina Ana ordenó una semana de oración durante la cual
todos los teatros permanecieron cerrados.” Pero la serie de adversidades
seguiría
Las desgracias continuaron, y la
maldición alcanzó su punto máximo después de los tumultos en la Plaza Astor de Nueva
York, en 1849. Durante una representación de la obra con el actor inglés
William Charles Macready, los fanáticos de su rival estadounidense Edwin
Forrest chocaron con la policía; murieron 22 personas y 36 quedaron heridas.
Probablemente la persona más famosa que
ha sido víctima de Macbeth no fue un actor, sino un presidente de
Estados Unidos. Macbeth era la obra favorita de Abraham Lincoln, y el 9
de abril de 1865 pasó la tarde leyendo pasajes de ella a un grupo de amigos.
Los pasajes que Lincoln leyó siguen a la escena en que Duncan es asesinado;
cinco días después, Lincoln fue balaceado.
No vaya a pensarse que allí paró todo cuando
las desgracias siguieron a lo largo del siglo XX.
En este siglo también se han asociado
numerosas calamidades con esa tragedia. A principios de los años veinte, el
papel de Macbeth que Lionel Barymore representó fue blanco de tan acres
críticas que el actor no volvió a presentarse en Broadway.
Durante la primera representación
moderna de la obra en el Royal Court Theatre de Londres, en 1928, se derrumbó
parte del escenario, hiriendo a los actores e incendiando los palcos.
En 1937, mientras ensayaba, Laurence
Olivier estuvo a punto de morir cuando un voluminoso contrapeso se desplomó
sobre el escenario, cayendo a pocos centímetros de él. Los ensayos posteriores
se interrumpieron cuando el director y la actriz que interpretaba a Lady
Macduff sufrieron un accidente automovilístico mientras se dirigían al teatro.
Para colmo, el dueño del teatro murió de un ataque cardiaco durante el ensayo
general. (...)
En una representación al aire libre en
Bermudas, en 1953, con la actuación estelar de Charlton Heston, los soldados
que asaltaban el castillo de Macbeth debían quemarlo totalmente en el
escenario. La noche del estreno el viento arrojó humo y llamas sobre los
espectadores, que huyeron despavoridos.
Y en 1980, Peter O’Toole, que
interpretaba a Macbeth por primera vez y en el mismo teatro que Olivier, tuvo
el cuidado de no referirse a la obra por su nombre, pero sus precauciones
fueron inútiles: agobiado por numerosos problemas y accidentes durante los
ensayos, cuando la obra se estrenó, los críticos calificaron de desastrosa su
actuación.
Ya no tuve noticias de lo acontecido en
el siglo XXI. Habrá que estar atentos.
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