Las obras clásicas vencen al tiempo y la
distancia tal como comenta Jerome Bruner sucede en el caso concreto de Antígona.
“A dos milenios de distancia todavía estamos fascinados por Antígona y
la actualizamos continuamente.” Si no fuera Bruner quien cuenta la historia,
dudaríamos de su veracidad.
Jean Anouilh dio una versión de ella que
subió a escena en París durante el último año de la ocupación alemana, con un
Creón que era la caricatura de un dictador moderno y una Antígona que era un
transparente disfraz de Mariana/Juana de Arco. Tan irresistible, tan antiguo es
el dilema de Antígona que los ocupantes nazis no osaron prohibirla por temor al
ridículo. Toda París rebasó el teatro; no se encontraban ni siquiera entradas
de pie. Una nota personal: los maquis con los que estábamos en contacto
en París nos enviaron irónicos mensajes clandestinos a Londres respecto de los
oficiales alemanes que lloraban en la sala.
¡Vaya sensibilidad!
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