Son muchos
los artistas y científicos que ceden ante las mieles del poder. Entre las
razones para ello puede aparecer la necesidad de contar con los medios que hagan
posible su trabajo, el gusto de codearse (a veces nunca mejor dicho) con las
élites del momento, el afán de notoriedad, etc. En definitiva no es cosa
sencilla resistir a la tentación, aunque los costos de ello -como ha sucedido
en infinidad de ocasiones- suelen ser muy altos.
Claro
que siempre han existido notables excepciones y Antonio Pau -retomando a
Forster- presenta una de ellas.
La
historia es bien conocida. Cuando en el año 212 a.C. las tropas romanas del
general Marco Claudio Marcelo conquistaron Siracusa, Arquímedes estaba allí, en
la ciudad en la que nació y vivió. Era un sabio famoso, y el general quiso
conocerlo, y lo mandó llamar. Sin embargo, al soldado que fue en su búsqueda le
dijo Arquímedes que le era imposible ir hasta que no acabara con el problema
que estaba tratando de resolver. Y además le dijo que se echara a un lado y no
pisara las figuras geométricas que estaba dibujando en el suelo (…)
Pero como
es sabido el poder no acostumbra asumir de buena manera el rechazo de sus
órdenes, por lo que -concluye Pau- “el soldado, iracundo por la insolencia del
sabio, le atravesó allí mismo con su espada”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario