Y tal vez el más grave, es el
miedo a perderla. Sucede que a quien rebose felicidad siempre le perseguirá una
sombra, una amenaza: la preocupación ante la posibilidad de dejar de serlo. Enrique
Vila-Matas se refiere a ello “(…) la felicidad es algo inquietante, e
indeseable. Cuando es plena inquieta porque de un momento a otros se va a
escapar.” Quizás por ello prefiere optar por otra variante: “Es mejor la
serenidad. La felicidad lleva consigo la proximidad del final… al igual que la
absoluta infelicidad tampoco es buena (…)”.
Precisamente a ese temor por
dejar de ser feliz se refiere Sándor Márai en su novela El último encuentro,
en el momento en que el general le dice a Konrád
Como todas las personas que viven mimadas por los
dioses sin ninguna razón, también sentía una especie de angustia en el fondo de
tanta felicidad. Todo era demasiado hermoso, demasiado redondo, demasiado
perfecto. Uno siempre teme tanta felicidad ordenada.
Más adelante, el mismo personaje fundamenta el origen
de su desconfianza -o tal vez, sospecha- hacia el “demasiado”.
Porque los dioses son, como se sabe, envidiosos, y
cuando dan un año de felicidad a un simple mortal, lo apuntan como una deuda, y
al final de su vida se la reclaman, con intereses de usurero.
Por ello Andrés Trapiello afirma que la felicidad, “la nuestra o la de cualquiera”, es “frágil por naturaleza”.
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