martes, 1 de junio de 2021

Don Felice en la estación de San Giano

 

No cabe duda que el lugar de nacimiento es referente para toda la vida y explica buena parte de la vida de una persona. Dario Fo reflexiona al respecto

Todo depende de donde has nacido, decía un gran sabio, Y, en lo que a mí respecta, tal vez ese sabio diera en el clavo.

Para empezar, debo agradecer a mi madre que eligiera parirme en San Giano, junto al Lago Maggiore. Extraña metamorfosis de un nombre: Giano, Jano bifronte, antiguo dios romano, que se transforma en un santo cristiano completamente inventado, y además, presunto protector de los fabuladores-cómicos.

En su caso la razón del lugar de nacimiento tiene que ver con el trabajo de su padre. “En realidad no fue mi madre la que eligió, sino los Ferrocarriles del Estado, que decidieron enviar a mi padre en comisión de servicio a esa estación. Sí, mi padre era jefe de estación, aunque interino.” Aquel destino laboral seguramente no sería de los más anhelados ya que “la parada de San Giano era tan poco importante, que a menudo los maquinistas pasaban de largo sin darse cuenta.”

Pero a aquella humilde estación también le llegaron -siempre siguiendo el relato de Fo- los quince minutos de fama.

Hasta que un día un viajero, harto de que siempre lo dejaran en la siguiente parada, tocó la alarma. El tren se detuvo tras un largo frenazo, justo en la mitad de un túnel. Un “mercancías” que lo seguía se estampó contra el tren parado. No hubo muertos de puro milagro. Sólo un herido grave, el pasajero que había tirado de la alarma: al pobre desdichado lo molieron a palos todos los otros viajeros, incluida una monja.

Dario Fo atribuye a su padre un papel decisivo en el destino de aquella insignificante parada en la ruta ferroviaria. “Pero con la llegada de mi padre las cosas cambiaron de inmediato en la estación de San Giano.” Y de esta manera evoca la autoridad que aquel jefe de estación imponía a los propios trenes: “Felice Fo era un tipo que inspiraba respeto y temor. Cuando se plantaba con su gorra roja calada hasta las cejas, erguido sobre la vía, enarbolando su bandera de señales, también roja, todos los trenes se detenían”.

1 comentario:

Unknown dijo...

Mi abuelo era ferroviario, no se que impronta trae consigo la pertenencia a ese colectivo, pero sin dudas deja una huella de orgullo que se mantiene a largo de las generaciones. En un país en el que los trenes son una especie en extinción, las anécdotas y relatos del tren son una forma de mantenerlo vivo. Ojalá haya formas de revivirlo, aunque claro, serán otros trenes …