Existen
flacos profesionales, de tiempo completo: aquellos que jamás pudieron haber
sido otra cosa que flacos.
Pero también
hay otros, los poco convincentes, los sospechosos y Juan José Millás da cuenta del
encuentro que tuvo en torno a la mesa con uno de ellos.
Quedo a
comer, por razones de trabajo, con un tipo delgado en el que, paradójicamente,
intuyo a un gordo invisible. Se trata de un falso delgado. Existen, lo mismo
que los falsos simpáticos o los agentes secretos. En el segundo plato, cuando
ya hemos entrado en confianza, me cuenta que en otra época llegó a pesar más de
cien quilos.
-Más de
cien –insiste mirándome a los ojos, para que me haga cargo de las diferencias
entre aquel gordo y este delgado.
Sin
embargo, para Millás no hay duda posible: el gordo que algún día fue aquél
hombre, habita en el flaco en que hoy se ha convertido.
Decidió adelgazar
por razones de salud, pero todavía lleva dentro un gordo insaciable que de vez
en cuando le obliga a desayunar con churros o con porras. No es cierto, pienso
yo, no lleva al gordo por dentro, lo lleva por fuera, en forma de aura. Ha
perdido la masa, pero no el alma que daba vida a esa masa.
Existen
otras variantes, como por ejemplo los flacos con mentalidad de gordos. Me
consta que este gremio trasciende fronteras puesto que me ha tocado compartir
la mesa con flacas con mentalidad de gordas en ciudades tan distantes como Barcelona
y Oaxaca. Se trata de flacas, en ocasiones muy flacas, que comen y disfrutan la
comida como supuestamente solo serían capaces de hacer personas gordas
aficionadas a la buena mesa.
Y no proporciono
mayores datos porque tal vez alguna de ellas lea estas líneas y luego, con toda
razón, me recrimine esto de andar ventilando intimidades gastronómicas.
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