Sabido
es que los aprendizajes se presentan cuando menos se les espera, tal como le
sucedió a Alicia H. Dellepiane.
Afuera, un delicioso cielo azul claro y la temperatura y
humedad que convierten un día común en un día soñado. Adentro, cuatrocientas
personas que compartíamos el interés casi hipnótico por el tema de aquel
encuentro: la vinculación entre el desarrollo personal y las posibilidades
evolutivas de la especie humana.
La única molestia, el frío del lugar. No alcanzaba con un
suéter para dejar de tener piel de gallina. Más que fin de verano en playa del
Pacífico, parecía refugio de montaña en pleno invierno.
Cuando llegó el rato del café, me acerqué a uno de los
organizadores para que por favor modificara lo único que creía que había que
cambiar: la graduación del termostato. “Cómo no”, dijo más que respetuosamente.
Sin
embargo, la democrática consulta a la totalidad de los asistentes rompió el
supuesto que la sensación de frío sería compartida por todos.
Reiniciamos la sesión de trabajo y mi reciente aliado
consultó: “Nos han avisado que la temperatura del lugar no es la ideal. Por
favor levanten la mano quienes tengan frío”.
Levanté la derecha, por costumbre de usarla, y miré a mi
alrededor. Vi que sólo una persona acompañaba mi gesto. Me sentí extrañísima.
“Por favor, levanten la mano quienes están bien con la
temperatura como está.” Unas 398 personas (el tema era fascinante, pocos
habrían querido llegar tarde) levantaron la suya.
Y
aquí fue donde llegó el aprendizaje para Alicia H. Dellepiane, quien admite: “entonces
aprendí algo tremendo de aceptar: ‘ellos’ y yo veíamos –y sentíamos- un mundo
diferente”.
Y aquella
lección fue mucho más allá del aire acondicionado ya que -concluye Dellepiane- “mi
convicción de que mi versión era la verdadera se derritió para siempre”.
Aprendizaje
que para muchos de nosotros sigue siendo una asignatura pendiente.
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