Al
mismo tiempo que las dicotomías suelen simplificar lo complejo, contribuyen a
aclarar algunos tópicos sociales. Un ejemplo de ello lo constituye la pregunta “¿Tener
o ser?”, título de una de las obras de Erich Fromm (publicada en 1976).
Antes
y después muchos fueron los autores que se refirieron al tema.
Carlos
Maggi cuestiona la notable primacía del tener en el marco de la sociedad
contemporánea.
Se
ha convertido a las gentes en toxicómanos de las comodidades; nadie dice basta
porque de su saciedad se le hace nacer nueva sed. (…) La gente no quiere ser
feliz, quiere ser propietaria; y por esta o aquella tajada o por estos añicos
de la repartija, se lucha, se sufre dolor y humillación, se mata y se muere
poniendo a un lado, expresamente, los sentimientos o las ganas de ser
sencillamente mejores o más felices. (…) la lista de objetos ya no tiene fondo
y (…) el tiempo se gasta entero antes de concluirla.
Y
Carlos Maggi termina su argumentación con un cuestionamiento de fondo: “¿De qué
vale tener si no se es?”
Por
otro lado, hace ya algunas décadas Aldous Huxley percibía la imposición social
actuante que fomenta la necesidad de un tener actualizado.
Al público se le enseña que “estar al
día” es uno de los principales deberes del hombre y dócilmente acepta tan
reiterada sugerencia; hasta el punto de que todos venimos a ser esnobs de lo
moderno.
A
este respecto, Eduardo Galeano ejemplifica lo que va de la comedia a la
tragedia en esta cultura de la simulación.
El
periodista norteamericano Marc Cooper ha encontrado muchos impostores en el
paraíso del consumo: chilenos que se asan con las ventanillas cerradas para
mentir que tienen aire acondicionado en el automóvil, o que hablan por teléfonos
celulares de juguete, o que usan la tarjeta de crédito para comprar papas o un
pantalón en doce cuotas. El periodista también descubrió algunos trabajadores
enojados en los supermercados Jumbo: los sábados por la mañana, hay gente que
llena el carrito hasta el tope con los artículos más caros, se pasea entre las
góndolas exhibiéndose un buen rato y después abandona el carrito repleto y se
va por el costado sin comprar ni un chicle. (…)
En
el otoño del 98, en pleno centro de Buenos Aires, un transeúnte distraído fue
aplastado por un autobús. La víctima venía cruzando la calle, mientras hablaba
por un teléfono celular. ¿Mientras hablaba? Mientras hacía como que hablaba: el
teléfono era de juguete.
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