Deben ser pocos, muy pocos, quienes no recuerden de su currículum formativo frases como: “¡tú siempre en las nubes!”, “¡en algún momento deberás poner los pies en la tierra!”
Juan
José Millás, destacado observador de la cotidianidad, atestiguó una situación
de este tipo
(…) acudo a una
cafetería cercana, donde, acomodado en la barra, pido un gin-tonic. Hay a mi
lado un hombre mayor, con barba, en compañía de uno joven. El mayor le dice al
joven que debe tener los dos pies en la tierra. Recalca la palaba dos, como si
la dijera en negrita (dos).
-¿De qué te ha
servido a ti tener los dos pies en la tierra? –pregunta el joven.
-No empieces con eso –responde el hombre mayor, y se hunden ambos en un silencio rencoroso.
Así pues aun cuando tener los pies sobre la tierra no garantiza nada, el hecho de vivir
en las nubes se considera algo negativo, por estar fuera de lugar, lejos de la
realidad, distanciado de lo cotidiano. Y ello en opinión de tantos cultores del
realismo no sería cosa buena para la vida por lo que se convierten en espantanubes.
Agustín Monsreal relata sus vivencias y aun escucha las voces del pasado.
Estar trepado todo el tiempo en una nube no es sano, no es normal. Anda, baja de ahí. Tú sabes que te lo digo por tu bien. ¿Verdad que se lo digo por su bien? (…) Vamos, baja de una vez. Comprende que vivir en esa nube no te conviene, tienes que abandonarla, ser como los demás, poner los pies en la tierra, pensar en el futuro, en la felicidad.
Pero el escritor yucateco reivindica, en forma por demás contundente, su derecho a la nube.
Y esa nube es
mi vocación, mi valor, mi destino; es mi ternura, mi razón de ser, mi bien
terrestre único e insobornable. Dejarla significaría una cobardía, una traición
inmedible. ¿Y qué sería de mi existencia sin ella sino una falsedad, una
impudicia, una abyección definitiva, un fracaso? (…)
De modo que a pesar de las depredaciones y de las canalladas con que me batallaron, todavía respiro, y todavía soy capaz de procurarme un pan, y todavía traigo en su sitio mis redaños y mi nube anda conmigo.
Según
da cuenta José Luis Melero existe un término con el que se identifica esta
actitud de vida: “Nefelibata es cultismo con el que se designa al hombre
soñador, al que anda por las nubes.” Y agrega
El más famoso nefelibata ha sido sin duda Rubén Darío,
que escribió de sí mismo aquellos hermosísimos versos: “Nefelibata contento, /
creo interpretar / las confidencias del viento / la tierra y el mar…”
Tal
vez hoy más que nunca sean necesarios los nefelibatas o nubepensadores (como
alguien también les ha llamado).
Es así
como la resistencia y defensa de las nubes, tanto personales como colectivas, se
convierte en prioridad de vida.
¡Que
nunca nos falten!
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