Un día, y en forma por demás fortuita, nos encontramos con un dato que nos invita
a poner atención en una cuestión en la que nunca habíamos reparado. Tal fue lo
que le aconteció a Juan José Millás: “Me entero por casualidad (cómo si no) de
que en China hay entre cuarenta y cincuenta millones de pianistas.” Y a partir
de esa información propone algunas consideraciones
No están todos juntos, claro. Si se reunieran, formarían una nación. (…) Entre cuarenta y cincuenta millones de pianistas, decíamos, el número de habitantes de un país como España. Si los pianistas chinos no fueran pacíficos, podrían invadir Japón con sus pianos. Japón, por poner un ejemplo.
Creo que el hecho de que no estén todos juntos admite otras reflexiones. Un ejemplo de ello lo sugiere una declaración nada menos que de Duke Ellington
Tu
sabes como son las cosas. Llegas a tu casa convencido que te vas directo a la
cama, pero te encuentras con el piano que te coquetea, tocas un acorde, y antes
de que te des cuenta son las 7 de la mañana.
Y es así que queda en claro otra
ventaja de que los pianistas chinos no estén todos juntos porque si así fuera -y
en caso de que el piano les coqueteara- el problema para los vecinos sería
enorme ya que hasta las 7 de la mañana no habría quien pudiera pegar un ojo.
Ahora bien, ¿de esos tantos
millones surgirá algún maestro de la talla de Chopin? El reto es enorme porque
según Eusebio Ruvalcaba: “Más que Freud, Chopin es el verdadero
intérprete de los sueños.” Y sabedor de que ello es mucho decir a continuación Ruvalcaba
expone sus razones
Levantó
sobre el teclado una estructura leve y flotante, pero absolutamente poderosa.
Supo hacer de la miniatura musical una suerte de salvoconducto hacia el
interior de la naturaleza humana. Como una lámpara sorda a través de la cual
fuera posible asomarse sin el menor escollo. Su música posee un sello
personalísimo como no lo tiene nadie más. Le dio al piano la nomenclatura de la
intimidad.
Tal
vez haya quien pueda responder a la pregunta planteada.
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