Para
quienes se dedican a actividades de compra-venta, las casas de remate pueden
ser inicio de un buen negocio. A los demás nos generan sentimientos que van de la
nostalgia a la tristeza, de la ausencia a la memoria, lo que suele derivar en diversas
consideraciones existenciales al paso.
Enrique
González Tuñón (escritor argentino, 1901-1943) describe uno de estos espacios caracterizados
por tanta quietud desolada.
(…)
Seguí caminando y me detuve ante una almoneda. Dentro se veía un penoso mundo
familiar dormido. Reconocí los objetos en la penumbra. Una leve llovizna de
polvo caía sobre ellos. Quedéme allí, frente a la vidriera, contemplando cómo
caía el fino polvo del tiempo sobre tanta quietud desolada.
Es
así como González Tuñón percibe una evidente ausencia de recato. “¡Cómo
muestran impúdicamente la intimidad de los lechos largamente usados ya por el
nacimiento y la muerte!”. Y a continuación enuncia algunos de los objetos en oferta.
Las
grandes arañas de vidrio de colores que un día colgaron del techo sobre la mesa
familiar inexistente hoy o llena de sitios vacíos.
Los
cortinados antiguos de las grandes casas convertidos hoy en instituciones del
Estado. Esos cortinados por cuyas aberturas algún ser triste, enfermo, habrá
esperado la raya del alba, como Proust, en busca del tiempo perdido…
La
mascarilla de Beethoven y el busto de Verlaine son infaltables. (Las sociedades
de músicos y escritores deberían intervenir para rescatar a Beethoven y a
Voltaire de la compañía de tanto objeto inverosímil y sospechoso, de tanta
prenda doméstica…)
Hablo
de las almonedas, de las casas de remate.
De
los pianos que no se venderán nunca.
De
las cajitas de música llenas de polvo.
De
los espejos que reflejan el pasado.
Del
reloj de pared con una araña en la esfera tejiendo la mortaja del tiempo.
Del
álbum familiar, con tapas de cuero de Rusia y bordes de oro.
De
los juegos de sala dorados. De las mesitas y las consolas.
Del
violín empolvado.
Concluye
Enrique González Tuñón: “Sin polvo no hay prestigio.
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