Algunos
escritores no pretenden ahorrar en bondades y méritos a la hora de referirse a
sus maestros; tal es el caso de Josep Pla cuando analiza la obra de Antón
Chéjov.
Lo que me impresionó desde el principio fue la simplicidad de su
escritura, el cuidado exacto de los detalles, el fabuloso interés por la
cotidianidad de la gente -exactamente, de la gente modesta, pobre, gris,
misteriosa (sin misterio apreciable), aduladora, envidiosa, que nace, vive y
muere.
Es así como para Pla la sencillez
en la escritura de Chéjov pone de manifiesto su autenticidad.
Su escritura es tan normal, tan cercana a las pequeñas cosas de la vida
que a mí me parece que el escritor ruso ha contribuido como nadie a la
destrucción del barroquismo literario y que esto lo ha hecho de una forma casi
inconsciente y por razones de honorabilidad personal, es decir, por un afán de
autenticidad y de verdad que se le han impuesto personalmente.
En su opinión el gran
escritor ruso refiere a un amplio espectro de temas que constituyen la vida
cotidiana de su tiempo.
En este aspecto no creo que haya precedentes: el alcoholismo, la
superstición, el convencionalismo, la ignorancia, la sensualidad, el
aburrimiento, el tedio, la manía de hablar, de filosofar, la pasión de la labia
inseparablemente unida a la incapacidad para la acción, a la gandulería, a la
inutilidad de la cultura, al patrimonio ficticio, a la ineluctabilidad del
clima, al criticismo ciudadano, a la sucesión de los éxitos y los fracasos. A
la nada absoluta y total.
Llegado a este punto, el
escritor catalán sintetiza -a manera de homenaje agradecido- su opinión en relación
con la obra del maestro. “Chéjov es el notario vastísimo de la Rusia de su
tiempo. Fabuloso escritor, de un gusto exquisito, de una expresividad eficaz,
cultísimo, sencillo, simple, real, que es lo más difícil.”
¡Casi nada!
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