No sé
desde cuándo se ha puesto en circulación la expresión periodismo
independiente. Como tantas otras: fácil de decir, difícil de sostener por
la vía de los hechos.
Como
es de suponer, los periodistas al tiempo que son vocacionales y disfrutan su
trabajo, también aspiran a vivir, a tener una fuente de ingresos que les
permita una vida digna.
Es
imposible pasar por alto que los medios suelen responder a intereses de sus
concesionarios, accionistas o propietarios y ello -como es esperable- en muchas
ocasiones restringe en forma notable la independencia de quienes laboran en los
mismos.
También
está el papel que juegan los anunciantes, aquellas empresas que se publicitan
en el medio y con ello aspiran a que las desprolijidades en sus
políticas internas, ni los efectos nocivos que pudieran tener sus productos
alcancen notoriedad pública.
Ni se
diga las presiones que sufren los periodistas por parte de los gobernantes de
turno, tan conocedores de la trascendencia de cuidar su imagen pública. Es por
ello que Miguel Ángel Aguilar -entrevistado por Daniel Ramírez- sostiene que
La
libertad de expresión no se consigue de una vez para siempre. Está sometida a
todos los agentes imaginables de la erosión. El poder siempre ha querido
cercenarla. No sólo el político, también el deportivo, el sindical o el
religioso. Todo poder es evangélico y quiere difundir su buena nueva. Por eso,
cuando se establece, lo primero que hace es crear una oficina de prensa.
Sabido
es que se paga por publicar, pero también se paga por no publicar. Con ese
objetivo el poder acciona su estrategia: pasar el chayote, el sobre, aceitar la
mano o tener un detalle con quienes difunden (y en muchas ocasiones,
interpretan) el acontecer nacional. Al decir de José Jiménez Lozano:
La
dinámica es siempre la misma: entrar de “criado” en casa de “los grandes”,
servirles y, más tarde, recoger el premio a “tus talentos”.
En
síntesis -tal como reconoce la expresión que tanto se ha difundido- “nadie paga
para que le peguen”; es así como la independencia queda en entredicho.
Cuando
algún funcionario quiere cerrar la llave, acabar con los usos y costumbres, debe
saber que se mete en serios problemas; Jiménez Lozano da cuenta de una
experiencia a ese respecto.
G. me
cuenta –y me muestra- que cuando X fue alcalde de una cierta ciudad descubrió
un “fondo de reptiles” para periodistas y lo suprimió. Así que, en seguida,
comenzaron ciertas campañas de prensa contra él: toda una pintura al odio.
Más
tarde, X fue asesinado, y creo que se encontró a sus asesinos, que adujeron
motivaciones políticas argumentadas en aquella campaña.
Es una
“parábola” kierkegaardiana.
Así
las cosas, los periodistas independientes deben ser reconocidos por su
valentía, su honestidad, su dignidad, que en no pocos casos los ha llevado al
extremo de perder su vida en el ejercicio de la profesión.
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