Una
vez más es Wislawa Szymborska quien, en unas pocas líneas, nos permite conocer
al personaje y sus circunstancias.
“A
Sandow le dio calabazas una muchacha que, además, le dijo de golpe y porrazo: ‘Tus
brazos y tu hundida caja torácica me parecen repugnantes…’.”
¿Tanto
esfuerzo para nada?, ¿litros de sudor tirados a la calle?, porque “(…) Sandow se
entregó en cuerpo y alma a su caja torácica y a sus extremidades. Tras algunos
años de entrenamiento con pesas consiguió un cuerpo escultural.”
Cabe
suponer que la joven pudo haber sucumbido a los encantos de otro pretendiente
con más horas de gimnasio, con mayor disciplina en el entrenamiento, con un
cuerpo más trabajado…
No. La
realidad fue muy diferente.
La
muchacha, poco después, se casó con un delgaducho normal y corriente, del cual
se enamoró, pues ya se sabe: el amor es ciego. Y, mientras Sandow se ejercitaba
en el suelo sin cesar, levantando la pierna derecha o la izquierda y
extendiendo alternativamente sus brazos en horizontal, la muy ingrata daba a
luz a su alfeñique tercer hijo, encantada de que se pareciese tanto a su padre.
Llegados
a este punto Szymborska se compadece del joven que fuera contrariado en su
deseo amoroso.
Después
de todo, meditando sobre el destino de Sandow, he llegado a sentir un sincero
afecto por él. Su insensata tenacidad, esa con la que desarrolló todos sus
músculos (entre otros, el deltoides y el glúteo, el serrato mayor y el pectoral
mayor, el abdominal oblicuo y el músculo tibial anterior), nunca le ha causado
el menor daño a nadie, y eso ya es mucho en este poco amable mundo.
A
manera de conclusión: cuidarse de la insensata tenacidad que corre detrás
de sueños que luego se evaporan a la primera de cambio y nunca subestimar el poder
de atracción de lo normal y corriente.
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