El tradicional
relato de Guillermo Tell constituye un clásico entre las narraciones orientadas
a enseñar las dificultades que implica la conquista de la libertad. Pasados los
años en que conocimos el suceso, a muchos aun nos inquieta recordar el tenso momento
previo al feliz desenlace.
Dario Fo evoca el
momento en que siendo niño presentó a su madre un fundamentado reclamo ante los
hechos.
(…) En seguida Guillermo Tell lanza la flecha que ensarta la manzana,
grito del pueblo entusiasta, fin del drama. “¿Pero qué significa?”, le pregunté
a mi madre, que antes de la representación había intentado contarme la
secuencia de los hechos históricos. “¡Es un asco!”, exclamé indignado.
Ya encarrerado en el tema,
prosiguió con otros acontecimientos afines:
¡Siempre tenemos que pagar el pato los pequeños! El Niño Jesús, que nace
en un establo apestoso, sin techo, ni estufa ni brasero… el aliento de una mula
y un buey, y ya está. Herodes, a saber por qué, lo quiere muerto, y entonces
manda degollar a todos los niños del pueblo, ni que fueran cabritillos. El
Altísimo, sólo por darle un susto al pobre Isaac, ordena a su padre que le
corte la cabeza con un hacha. Qué más me da que luego se lo piense: “¡Alto!
Quietos todos, era una broma… ¡una broma divina!”
Estos otros casos no llevan
a Dario Fo a desviarse del tema inicial: “Y ahora sólo faltaba la manzana
encima de ese pobre niño suizo, que como Tell se equivoque le taladra la
cabeza.” Concluye su consideración aludiendo a la enorme injusticia -tan propia
de la Historia en general- que entraña la narración: “El pequeño es el
verdadero héroe, pero nadie se acuerda ni de cómo se llama. ¡La fiesta es sólo
para su padre, ese energúmeno que aceptó la apuesta!”.
Claro que el giro de los acontecimientos pudo haber sido diferente, tal como lo sugiere el escritor argentino Dalmiro Sáenz
Más
tarde me dice mi hijo:
-Che
viejo, ¿y si hacemos al revés, vos me das la ballesta y yo tiro a la manzana?
-Bueno
Guillermito –le dije.
Pobrecito, quedó huérfano.
No faltará razón a quien diga que ya no hay respeto ante nada, muestra de ello es que se llega al extremo de cuestionar los relatos clásicos.
¡Habrase
visto!
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