martes, 25 de abril de 2023

Guillermo Tell o las injusticias con los niños

 

El tradicional relato de Guillermo Tell constituye un clásico entre las narraciones orientadas a enseñar las dificultades que implica la conquista de la libertad. Pasados los años en que conocimos el suceso, a muchos aun nos inquieta recordar el tenso momento previo al feliz desenlace.

Dario Fo evoca el momento en que siendo niño presentó a su madre un fundamentado reclamo ante los hechos.

(…) En seguida Guillermo Tell lanza la flecha que ensarta la manzana, grito del pueblo entusiasta, fin del drama. “¿Pero qué significa?”, le pregunté a mi madre, que antes de la representación había intentado contarme la secuencia de los hechos históricos. “¡Es un asco!”, exclamé indignado.

Ya encarrerado en el tema, prosiguió con otros acontecimientos afines:

¡Siempre tenemos que pagar el pato los pequeños! El Niño Jesús, que nace en un establo apestoso, sin techo, ni estufa ni brasero… el aliento de una mula y un buey, y ya está. Herodes, a saber por qué, lo quiere muerto, y entonces manda degollar a todos los niños del pueblo, ni que fueran cabritillos. El Altísimo, sólo por darle un susto al pobre Isaac, ordena a su padre que le corte la cabeza con un hacha. Qué más me da que luego se lo piense: “¡Alto! Quietos todos, era una broma… ¡una broma divina!”

Estos otros casos no llevan a Dario Fo a desviarse del tema inicial: “Y ahora sólo faltaba la manzana encima de ese pobre niño suizo, que como Tell se equivoque le taladra la cabeza.” Concluye su consideración aludiendo a la enorme injusticia -tan propia de la Historia en general- que entraña la narración: “El pequeño es el verdadero héroe, pero nadie se acuerda ni de cómo se llama. ¡La fiesta es sólo para su padre, ese energúmeno que aceptó la apuesta!”.

Claro que el giro de los acontecimientos pudo haber sido diferente, tal como lo sugiere el escritor argentino Dalmiro Sáenz

Más tarde me dice mi hijo:

-Che viejo, ¿y si hacemos al revés, vos me das la ballesta y yo tiro a la manzana?

-Bueno Guillermito –le dije.

Pobrecito, quedó huérfano.

No faltará razón a quien diga que ya no hay respeto ante nada, muestra de ello es que se llega al extremo de cuestionar los relatos clásicos.

¡Habrase visto!

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