Contrariamente a lo que se pudiera suponer, el ámbito
financiero no se halla lejos de la poesía y la imaginación. Pero solamente quienes
cuentan con una buena dosis de ingenio pueden encontrar este vínculo; tal es el
caso de G. K. Chesterton.
Un corredor de bolsa es en cierto sentido un personaje
muy poético. En un sentido es tan poético como Shakespeare, y su poeta ideal,
puesto que da albergue y nombre a la etérea nada. Comercia con aquello que los
economistas (en su poética forma) llaman imaginario.
Y para rebasar el campo de las especulaciones,
Chesterton recurre a un ejemplo
Cuando cambia dos mil zapallos de la Patagonia por mil
acciones de la Compañía de Grasa de Ballena de Alaska, no exige la satisfacción
sensual de comerse el zapallo o contemplar la ballena con el torpe ojo del
cuerpo. Es muy posible que no haya zapallos; y si hay algo parecido a una
ballena, es muy poco probable que se entrometa en una conversación de la Bolsa.
Lo anterior le conduce a proponer una conclusión: “Pues
bien, lo que sucede al mundo de las finanzas es que está demasiado lleno de
imaginación, en el sentido de ficción. Y cuando reaccionamos contra ella,
naturalmente reaccionamos en primer lugar hacia el realismo.”
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