No es de ahora, el asunto tiene su tiempo: la sospecha
de inutilidad se encuentra en el entorno de la poesía. Y en particular en estos
días ello parecería ser motivo más que suficiente para su descalificación y así
enviarla al depósito de los trastos inservibles.
Afortunadamente hay quienes se rebelan contra esta perspectiva,
entre ellos encontramos a José Saramago.
Llevamos siglos preguntándonos los unos a los otros
para qué sirve la literatura y el hecho de que no exista respuesta no
desanimará a los futuros preguntadores. No hay respuesta posible. O las hay
infinitas: la literatura sirve para entrar en una librería y sentarse en casa,
por ejemplo. O para ayudar a pensar. O para nada. ¿Por qué ese sentido
utilitario de las cosas? Si hay que buscar el sentido de la música, de la
filosofía, de una rosa, es que no estamos entendiendo nada. Un tenedor tiene
una función. La literatura no tiene una función. Aunque pueda consolar a una
persona. Aunque te pueda hacer reír.
Por su parte, Juan Gelman -citado por Rodolfo Braceli-
pone de relieve la utilidad de lo inútil. “(…) ¿quién dice que la poesía no
sirve, que la poesía es inútil? Además, en el siglo II un filósofo chino, no me
acuerdo el nombre, decía que todo el mundo habla de la utilidad de lo útil,
pero nadie repara en la utilidad de lo inútil.”
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