Entre las dificultades del proceso de
creación destaca la imposibilidad de llevarlo a cabo. De ello da idea Simon
Leys.
Hay un pasaje en la correspondencia de
Jules Renard que debería interesar a cualquier escritor, pues en él se describe
con agudeza la angustia permanente e inagotable de la creatividad:
Pese a lo muy acostumbrado que
debería estar a ello, cada vez que se me pide algo, lo que sea, me siento tan
atribulado como si estuviera escribiendo mi primera línea. Esto está
relacionado con el hecho de que no progreso, de que escribo cuando me viene, y siempre
tengo miedo a que no venga.
Me permito proponer las últimas palabras
de Renard a las expresiones que merecen ser de colección: “(…) escribo cuando
me viene, y siempre tengo miedo a que no venga”.
Según Simon Leys cuando ello acontece, se
presentan como alternativas la traducción y la adaptación
Cuando esta angustia se confirma y se
congela en un bloque, el trabajo de traducción, que es una especie de
pseudocreación, puede convertirse en refugio de un escritor. La historia de la
literatura ofrece numerosos ejemplos, desde Baudelaire a Valery Larbaud; no
sólo la traducción, sino varias actividades alternativas más pueden cumplir el
mismo papel: adaptaciones teatrales, por ejemplo, como cuando Camus adaptó a
Faulkner.
Esta posibilidad no se limita exclusivamente
a la escritura sino que con variantes, como sostiene Leys, también se presenta
en otros espacios artísticos.
Hay equivalentes en las otras artes.
Shostakóvich habla en sus memorias de ese terror punzante a la esterilidad, y
da varias recetas para impedir que se agote la inspiración; destaca, por
ejemplo, la utilidad del trabajo de transcripción orquestal: el objetivo es
preservar a toda costa una forma de actividad artística, una imitación de la
actividad creadora, con el fin de “estimular la producción” o de cruzar el
desierto en busca de una nueva fuente.
Vacío, “cruzar el desierto”,
esterilidad, temor a la página en blanco, ausencia de inspiración…, son
realidades con las que inevitablemente conviven los artistas.
Pero regresemos, siempre de acuerdo con
Simon Leys, a la relevancia que adquiere en esos momentos el trabajo de
traducción.
Como sustituto temporal o permanente de
la creación, la traducción está estrechamente vinculada a ella, y es sin
embargo de una naturaleza diferente, pues ofrece una inspiración artificial. En lugar de “yo escribo cuando me viene, y
siempre tengo miedo a que no venga”, lo que tenemos aquí es la certeza
reconfortante del “¡Ha llegado, aquí está!”. Uno puede sentarse a su mesa cada
mañana a la misma hora, seguro de que va a crear algo. Por supuesto, la calidad
y la cantidad de la producción diaria puede variar, pero en cambio la pesadilla
de la página en blanco queda definitivamente exorcizada.
Claro que existen diferencias no menores
entre crear y traducir; Leys se refiere a ellas.
Es también esta misma garantía
tranquilizadora la que sitúa fundamentalmente la traducción en el dominio del
artesano más que en el del artista. Por difícil que pueda ser a veces la
traducción, está en el fondo, a diferencia de la creación, libre de riesgos.
Pero el acto creador no
siempre (¿casi nunca?) es tan original y en ello se detiene Fernando Lázaro
Carreter: “Por ‘nuevo’ no se entiende, en el oficio de escribir, la creación ex nihilo: entre los tratadistas, corre
como doctrina común que lo nuevo es sólo lo viejo reelaborado, traído a
combinaciones, circunstancias y fines que sí son nuevos.”
En fin, que la cuestión da para
mucho más.
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