La
valentía, compromiso social y programa pedagógico de Janusz Korczak nos hacen
saber que estamos ante alguien de un enorme humanismo. Se cuenta que tuvo la
posibilidad de salvarse, sin embargo su coherencia lo condujo al campo de
concentración donde fue asesinado junto a tantas personas.
En sus
escritos refiere un pequeño episodio que dice mucho.
En una
ocasión me sorprendió ver a un muchacho habitualmente frío y reservado, especie
de misántropo envejecido prematuramente, que empezaba a dedicarme atenciones
delicadas: era el primero en reír de mis bromas, daba codazos para que me
dejaran paso, se adelantaba a todos mis deseos. Lo hacía con torpeza, con deseo
visible de llamar mi atención sobre su amabilidad. Estas maniobras duraron
bastante tiempo y yo procuraba, como podía, disimular mi desagrado.
Detrás
del comportamiento de aquel muchacho había una intencionalidad que no tardó en
ponerse de manifiesto y que nos cuenta el doctor Korczak. “Entendí todo el día
que vino a pedirme que admitiera a su hermano pequeño en la Casa del Huérfano.”
Y concluye: “Se me humedecieron los ojos: ¡pobre muchacho!, ¡cuánto le habrá
costado hacerse pasar por lo que no era!”
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