Llega un momento en la vida en que cumplir años puede tomarse con cierta ambigüedad: agradecimiento por el privilegio de un año más y azoro ante la suma que ya va siendo abultada.
En un contexto
como el actual que invita a mantenerse con aires de juventud todo lo que sea
posible, no faltan los mensajes consuelo: que lo importante no es el exterior
sino el interior de la persona, que los 70’s de hoy equivalen a los 50’s de antes,
etc.
Y uno
feliz con esos mensajes que hacen más llevadero el inexorable paso del tiempo, para
decirlo con una expresión tan convencional.
Sin
embargo, hay espacios que no se han sumado a esta tendencia como el que tiene
que ver con la cotización de los seguros de gastos médicos. Allí hablan
solamente los números, todo lo demás les tiene sin cuidado, les hace los
mandados.
Pero
también se presentan otros casos dignos de análisis, como el que alude Rosa
Montero en un artículo al que tituló “Extramuros”; veamos de qué se trata.
Acabo de
advertir un hecho inquietante: que todos los estudios de opinión que en el
mundo hay están habitualmente divididos por franjas de edad, y que esas
franjas, ay dolor, terminan siempre en el filo apocalíptico de los 44 o 45
años. Y así, los encuestados se reparten en segmentos que van, pongamos, de los
15 a los 24, de los 25 a los 35, de los 36 a los 44, y luego, abruptamente, se
llega a la frontera del espacio exterior y todo se reduce a un humillante
apartado que tan sólo especifica: “de 45 en adelante”.
Esto
lleva a que la escritora realice algunas consideraciones en relación a tal
clasificación, en la que por cierto advierte cierta dosis de dureza
innecesaria.
Ya sé que
no somos eternos, y que el tiempo pasa, y que uno se va haciendo un cuarentón,
y después un cincuentón, y después un sesentón, y poco después un muerto, pero
aun así, ese ominoso derrumbe en las encuestas me parece demasiado brutal. Es
como si más allá de las columnas de Hércules de los 45 sólo viniera la mar del
fin del mundo, el océano incógnito por el que se desploman irremisiblemente
todos nuestros barcos, nuestras carnes, nuestras esperanzas, nuestras horas,
todo nuestro futuro despeñado.
En el
artículo referido Rosa Montero no omite las posibles razones de tal división. “Tal
vez los responsables de las estadísticas, que se supone que deben de conocer
los intríngulis del comportamiento humano, establezcan esta división porque a partir
de los 44 o 45 la mayoría de los encuestados ya no modifica su opinión (…)”
Claro está que ello no constituye precisamente un mensaje alentador: “(…) interpretación
ésta que no sólo no me consuela nada, sino que me espanta, porque no hay mejor
manera de morirse en vida que sentarte encima de tus propias ideas y ya no
menearte de ese ínfimo rincón del universo.”
Como no
quiere concluir sus disquisiciones con mal sabor de boca, Montero (se)ofrece un
mensaje más esperanzador.
Sea como
fuere, ahora que estoy pisando el borde mismo de la nada me fijo más que nunca
en aquellas personas que ya lo traspasaron hace tiempo, por ver si es que te
autodestruyes o qué pasa. Pues bien, tranquilidad: los hay mayores de 45 con
aspecto muy vivo. Pese a todo, extramuros no debe de ser un lugar tan terminal
como parece.
Todo
esto escribía Rosa Montero en el ya lejano año de 1996.
El
tiempo le dio la razón, detrás de extramuros hay mucha vida por delante.
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