Difícil vivir sin un conjunto de
creencias que cada quien va haciendo suyas a lo largo de la existencia. Algunas
de ellas llegan heredadas de la familia, del grupo, de la cultura. Otras
incorporadas como acto plenamente soberano.
Esta unidad de creencias (que puede
admitir paradojas y contradicciones) va cambiando a lo largo del tiempo, a
partir de las vivencias afrontadas y de los diversos momentos de la vida.
José Mateos comparte su credo:
Creo en los hilos invisibles que enlazan
a vivos y muertos;
creo en la belleza, que nos invita a
existir más plenamente;
creo en el misterio de la claridad y en
la bondad sin motivo que se pasea por los hospitales, por las cárceles, bajo el
estruendo de la guerra;
creo en el vuelo de los pájaros
alrededor de las espadañas
y en las ramas esenciales del invierno;
y en los perros que ladran a las motocicletas
y en los cordones desatados de las botas
de los niños.
Creo en todas las exageraciones de la
alegría.
En opinión de Mateos nada ni nadie podría
poner en controversia a su credo personal. “Si mañana alguien me demostrara que
no hay nada y que todo es un bostezo de la materia, eso ¿en qué podría
afectarme? Porque mi creencia no se apoya en ningún libro.” El mismo autor
aclara de dónde viene esa fortaleza indestructible. “Es más poderosa que cualquier
dogma y cualquier razonamiento. Es la verdad de la música. La verdad del amor.
Una verdad que deduzco de tu presencia intangible. Una verdad que es tan
consustancial al corazón como la sangre o los latidos.”
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