Ser
golpeadas es el destino de las piñatas que hacen lo que pueden por resistir a los
embates, pero tarde o temprano alguien logrará abrir sus entrañas. Es una
tradición que ha sobrevivido al paso del tiempo, a grandes cambios sociales, así
como a muchas innovaciones científicas y tecnológicas.
La piñata
también ha sufrido embates de consideración en tanto metáfora. Se habla de la
piñata sandinista en Nicaragua cuando algunos líderes del movimiento revolucionario
se apropiaron de las posesiones de algunos integrantes del sector dominante.
Asimismo,
y en este mismo espacio aludimos a ello, el politólogo Luis Rubio adjudica a
ella parte de nuestra escasa formación para vivir en democracia (https://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2013/04/los-juegos-de-la-democracia.html)
Pero la
cosa no para allí. El filósofo español Javier Gomá Lanzón, en un artículo
titulado “La gran piñata”, la vincula con la avidez y el deseo de posesión.
(…) Me
refiero a la costumbre de amenizar los cumpleaños de nuestros hijos con una
piñata. La rompe de un bastonazo el pequeño protagonista de la fiesta, los
dulces se derraman y los chavales se arrastran tristemente por el suelo; a la
vista de los regocijados padres, culebrean con avidez, luchan a codazo limpio
por acumular, empujan y tiran de alguna posesión discutida y al final se
retiran a un rincón para el recuento del botín. Una exacta metáfora de la
avaricia competitiva del mercado, al cual no tardarán en incorporarse esos
rapiñadores de golosinas. A la vista de las recientes reformas educativas,
tardarán cada vez menos.
Más
adelante Gomá Lanzón se refiere a las reformas que, de un tiempo a esta parte,
se han venido implementado en los planes de estudios universitarios.
Ortega y
Gasset dijo que las universidades deben cumplir tres misiones: enseñar una
profesión, preparar investigadores y formar hombres cultos. Los bienes
involucrados en cada una de ellas son distintos: se aprende una profesión por
razones prácticas y en función de su utilidad social; la investigación
académica persigue el conocimiento teórico; ser culto es un imperativo
emparentado con la propia dignidad de ciudadano. Un buen sistema universitario
debería saber conjugar los tres bienes de forma armónica y equilibrada. (…)
Las actuales
reformas “a la boloñesa” de la universidad española postergan temerariamente la
misión de formar hombres cultos en beneficio exclusivo de la preparación de
profesionales. Oímos que la universidad ha estado demasiado alejada del mundo laboral
y que lo prioritario ahora es crear puentes con la empresa. Por eso los nuevos
planes prevén pocos años de estudio para obtener un título universitario,
conocimientos técnicos especializados y aplicados, y muchas prácticas desde el
primer curso. Mutilada la universidad de su misión educativa, el resultado
previsible será la producción industrial de una masa abstracta de individuos
preordenados para competir y producir, tan hipercompetentes como incultos (…) Empezarán
a trabajar antes que nunca y se jubilarán más tarde que nunca, lo que, privados
de conciencia crítica, romos en su visión del mundo, asegura más de medio siglo
de dócil mansedumbre a las leyes del mercado, diciéndose a sí mismos lo que el
cínico personaje de Galsworthy en su novela La saga de los Forsyte: “¿De
qué le sirve al hombre salvar su alma si pierde sus propiedades?”. (…)
Llegado
a este punto, el improbable lector podrá suponer que nos extraviamos al olvidar
el tema de este artículo. No es así, ya que la pobre piñata reaparece en la
conclusión del autor. “Protesto contra una universidad que parece haber
sustituido aquel antiguo lema de la academia platónica –‘nadie entre aquí que
no sepa geometría’- por este otro: ‘Prepárate para la gran piñata’.”
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