martes, 21 de mayo de 2019

El periodista en la guerra


Ya hemos citado en este espacio algunas crónicas de Egon Erwin Kisch durante su estadía en México   (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/11/controversia-del-peyote.html y http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.com/2015/09/la-gastronomia-tortillacentrica.html), seguramente lo seguiremos haciendo ya que es uno de nuestros autores de referencia.

En esta ocasión las circunstancias son otras dado que se desempeña como soldado durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial; su texto lleva por título “¡Escríbelo, Kisch!” es de 1929, cabe señalar que la traducción y compilación corresponden a Francisco Uzcanga Meinecke.

Dicen que el periodismo nos puede llevar a cualquier parte en cuanto lo abandonamos. Yo abandoné el periodismo en 1914 para hacerme soldado, y  ¿adónde me ha llevado?
Al comienzo de la Gran Guerra, ya con las primeras tropas, fui directamente al frente como sargento del ejército austrohúngaro. (…)
Tenía por tanto una nueva profesión, aunque sólo fuera la de soldado provisional. Por primera vez vi desde dentro acontecimientos mucho más importantes que los que aparecían en la prensa. El hecho de que en la prensa no aparecieran los acontecimientos importantes sino más bien los insignificantes fue para mí, incluso en medio de aquel horror inconcebible, motivo de reflexión.

Kisch subraya la enorme diferencia entre vivir hechos desde fuera o desde dentro, entre ser testigo o protagonista.

Mi compañía había iniciado una ofensiva para tomar el espigón del río Kolubara. Ciento cincuenta pasos habían costado la vida a más de la mitad de los nuestros, muchachos con los que había convivido día y noche, y cuyos pensamientos y emociones conocía al dedillo. Con alguno de ellos había sellado amistad hasta la muerte. Hoy se ha cumplido el plazo.
Nos ha reemplazado una compañía de infantería. Estamos de nuevo, diezmados, en nuestra antigua posición, ya no en primera línea sino en el regimiento de reserva. La artillería enemiga sigue bombardeando el maizal de 150 pasos de ancho, cuya toma nos está costando tanto. 
Con la comida llega también el correo; para mí, un periódico. Cuando lo abro pasa por delante el alférez Frank en camilla: balazo en la tripa. Me acerco a él: “Saluda a Praga de mi parte”. “Yo ya no llego a Praga”, gime.

En ese periódico editado lejos de la línea de fuego había espacio para otros acontecimientos, otras miradas; pero para Kisch lo prioritario eran las terribles escenas de guerra que estaba viviendo.

Hojeo el periódico. “Parte de guerra del frente del norte…, del frente del sur…”. Editorial: “Contra la fuga de capitales hacia bienes tangibles”.
Dirijo una patrulla hacia la compañía vecina, a nuestra izquierda, y pregunto a un cabo que está un poco aparte, haciendo sus necesidades, por el comandante. Me indica la dirección con la mano. 
Casi al mismo tiempo se levanta la tierra, trozos de barro se me introducen en la boca, en los ojos. Cuando recupero la visión veo el torso del cabo en el suelo, del cuello mana sangre. La granada le ha atravesado la cabeza y se ha hundido en el fango: un proyectil sin estallar.
Estoy de nuevo en mi refugio, aún me tiemblan los brazos y las piernas, noto que mi pantalón está salpicado de sangre. Cojo el periódico. Rápido, a olvidar, a pensar en otras cosas.
“El legado del barón Vladimir Schlichtner incluía una tabaquera decorada con una atrevida estampa de Fragonard, que lógicamente alcanzó en la subasta de ayer…”. “El partido que disputarán el domingo los Camaradas Deportivos y el Club Alemán de Fútbol, cuyo último encuentro acabó, tras enconada lucha, en empate, ha despertado grandes expectativas…”.

La lectura de la crónica deportiva es interrumpida por el sufrimiento, por el dolor, por la muerte.

Unos sanitarios trasladan a un herido en una lona, lo acomodan en el suelo, justo delante de nuestro refugio, para tomarse un respiro. Contemplo el rostro: está lívido. Cojo su mano: está fría. Le quitan la placa de identificación, le vacían los bolsillos y lo llevan detrás del ciruelo donde reposan los muertos.

Para Kisch ya todo es distinto, el periodista y el soldado comparten la pluma, procurando que lo vivido no pase sin hacer historia.

Me he distanciado de mi antigua profesión. Ahora lo veo todo diferente. Mi mirada de periodista se funde con la del soldado y juntas crean una imagen plástica de las cosas.
Algo similar al “periódico” que redacté e imprimí sólo para mí cuando era niño es ahora mi diario. Todos los días taquigrafío mi vida y mis pensamientos, la vida y pensamientos de cientos de miles. Paso horas y horas escribiendo en mi cuaderno de notas. Los camaradas se burlan de mí: “¡Escríbelo, Kisch!”. La frase se ha convertido en una expresión fija repetida una y otra vez. Incluso cuando no estoy presente, los soldados rematan sus ocurrencias, sus improperios, sus amenazas, sus quejas con un “¡Escríbelo, Kisch!”. Kisch anota cuando se desprende el último botón, cuando la única pastilla de jabón cae al pozo, cuando la sangre salpica la escudilla. Anoto cosas de las que nunca habría tenido noticia como periodista. Cosas que tampoco habría escrito como periodista incluso si hubiera tenido noticias de ellas, porque me habrían parecido insignificantes. Cosas que nunca habría podido escribir como periodista; el periódico no las habría publicado. Mi diario personal lo sabe y lo puede todo.

Llega el momento en que Egon Erwin Kisch formula sus conclusiones que tanto tienen de aprendizaje y que incidirán en el resto de su trayectoria profesional. “Qué diferencia entre un enviado especial y un soldado, entre el periódico y el cuaderno de notas, entre el día que refiere el periódico y el que se sobrevive en las trincheras.”

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